Por: Jesús David Gómez
“¡Acuerdo Ya! ¡No más guerra! ¡Acuerdo Ya! ¡No más guerra!”, fue el clamor que al unísono y con total cadencia retumbó este histórico miércoles en los cuatro extremos de la tradicional Plaza de Bolívar de Bogotá.
Y aunque espectacular, no fue sorpresivo. Desde el alba, esta jornada se vislumbraba inolvidable. En la ciudad se respiraba una atmósfera festiva, perfecta para que la sociedad civil en pleno se manifestara en favor de la paz.
El día comenzó frío, lluvioso. Pero ello no desanimó a los manifestantes.
Poco a poco, sobre el mediodía, los marchantes provenientes de diferentes puntos de la geografía nacional comenzaron a encontrarse en los lugares dispuestos para tal fin: la Universidad Nacional, el Centro de Memoria Histórica y el Planetario Distrital.
Desde una tarima ubicada en el costado sur de la Plaza de Bolívar, varios animadores ambientaban la llegada de quienes marchaban exigiendo un pronto Acuerdo por la paz.
“Desde la Colombia profunda, ¡Viva la Paz! ¡Viva la Vida!”, gritaba uno de los que se tomó la palabra.
La Plaza de Bolívar se iba llenando poco a poco. El que iba llegando, recibía un clavel o una rosa blanca.
Al oriente, el cielo estaba nublado y los cerros se veían opacados por las nubes. Por el contrario, el costado occidental de la plaza dejaba entrar rayos de sol que iluminaban el colorido espectáculo.
“A la guerra nunca más”, comenzó a susurrar alguien desde la tarima. Poco a poco los decibeles de esa consigna fueron en aumento hasta terminar en un grito que erizaba la piel.
Faltando pocos minutos para las 5 de la tarde, varios jóvenes, identificados con un chaleco color naranja, comenzaron a pedirles a los presentes que formaran una calle de honor. Los manifestantes estaban por llegar.
Pasadas las 5, llegó el primer marchante. Un hombre, ondeando una bandera blanca, arribó a la Plaza de Bolívar.
Entre aplausos y arengas en pro de la paz, corrió con destino a la tarima, con la estatua de Simón Bolívar como silencioso testigo.
Una de las jóvenes vestidas de naranja explicó la logística detrás de la marcha. Su nombre, Mariana Tafur. Mariana, de grandes y expresivos ojos café, trabaja en la ONG, Sinestesia.
“Decidimos empezar a ver de qué manera podíamos manifestar que no estábamos de acuerdo con lo que estaba pasando y que queríamos la paz”, reveló.
“Entonces nos empezamos a contactar con otras organizaciones de jóvenes, con las organizaciones indígenas, con las organizaciones afrodescendientes y con las organizaciones de mujeres para ver qué podíamos hacer y cómo podíamos empezar a ver, desde la sociedad civil, cómo cambiar las cosas”, sostuvo.
Explicó que la “logística (de la marcha) está a cargo de gente joven. Muchos ya son egresados de todas las universidades y otros siguen siendo estudiantes. Pero en realidad todos pertenecen a distintas organizaciones”.
Si bien su rostro reflejaba la desazón de la victoria del No en el plebiscito, también vislumbraba satisfacción por la multitud que acompañó la iniciativa.
De repente tres pequeños captaron la atención de los presentes. Rubios y con gran carisma, vestían camisetas blancas, como símbolo de paz.
El menor se llama Iker. Al ser consultado sobre su opinión respecto a la marcha, señaló: “Toca pensar en todos, no nos podemos rendir, hay que seguir haciendo estas marchas. Si logramos que haya paz, nunca habrá más heridos”, dijo con la inocencia propia de la niñez.
Su hermano quería intervenir. Pidió que quienes votaron en contra de los acuerdos “no piensen en sí mismos y que piensen en todos. La paz es importante porque así no nos haremos daño”.
Por la calle de honor pasaron indígenas, campesinos, asociaciones de víctimas, jóvenes, integrantes de la comunidad LGBTI, organizaciones de mujeres, afros e incluso una batucada que hizo menear hombros y caderas a más de uno.
A su paso, la multitud gritaba: “¡No están solos!
Fue entonces cuando Wilmer Alfaro, gobernador del cabildo Nasa, proveniente de Casanare, planteó la importancia de la unión para la obtención de la paz.
“Estamos viniendo de las cordilleras, de las montañas, de los ríos, porque nosotros todos somos una Nación, todos somos hermanos, todos somos hijos de la tierra. Tenemos que trabajar en colectividad, porque de verdad para poder lograr una paz tiene que ser así, en armonía y unidos”, dijo con palpable emoción.
“Sí a la reconciliación para poderle abrir un pasito a la paz”, expresó.
Rectores de las universidades
Pasadas las 6 de la tarde, el Presidente Juan Manuel Santos salió al encuentro de los rectores de las más prestigiosas universidades del país que, por la carrera séptima, a la altura de la Casa de Nariño, se dirigían hacia la marcha.
“Ustedes saben que estamos empeñados en que este proceso continúe, se consolide. Lo que he dicho es que la paz estable y duradera que pactamos, la vamos a convertir no solamente en estable y duradera, sino en más amplia y más profunda”, aseguró.
Y consideró que “ustedes en la Universidad Nacional y en la Universidad de Los Andes y todas las universidades nos pueden ayudar mucho a alimentar ese proceso. Ustedes pueden ahí jugar un papel determinante”.
Entre tanto, a pocas cuadras de allí, hubo revuelo. Aplausos, expresiones de admiración y peticiones de fotos para el recuerdo, comenzaron a llegar desde distintos puntos. Se trataba de la señora María Clemencia Rodríguez de Santos, esposa del Presidente Juan Manuel Santos.
Sencilla, como una más de los manifestantes, expresó su emoción ante semejante muestra de respaldo a la búsqueda de la paz.
“Yo creo que esta es la muestra de que el país quiere la paz. Aquí están reunidos los del Sí, los del No, pero con una convicción absoluta: la paz por encima de cualquier cosa. Queremos los acuerdos de paz ya, y yo creo que esta es la muestra de que el país está urgido, esperanzado en que la paz sea ya”, aseveró.
Y así es. Cada tanto, los presentes insistían a una sola voz y a todo pulmón: “¡Acuerdo ya!”.
Acto seguido, una pareja llamó la atención de quien escribe estas líneas. Tomados de la mano y con un esplendoroso brillo en los ojos, se mostraron partidarios de la paz.
Sus nombres: Mateo Londoño y María Claudia Schlesinger.
Mateo explicó que hizo presencia en la marcha en calidad de ciudadano y sin pertenecer a organización alguna.
“Vengo por mi cuenta y creo que así como vengo yo, vienen muchísimas personas que no sabemos si votaron, si no votaron, pero que evidentemente están a favor de que se concrete un Acuerdo cuanto antes”, dijo sin soltar a su ‘Maclau’, como cariñosamente le dice a su esposa.
“Hay que proponer, hay que apoyar esto y hay que presionar, sobre todo para que se llegue a un acuerdo pronto”, agregó.
María Claudia estaba emocionada casi hasta las lágrimas.
“Esto es lo que realmente es el país, lo que realmente quiere la gente que está en los extremos y que de verdad son los que han vivido la situación de conflicto y de guerra en Colombia. Nosotros estando acá en Bogotá hemos estado seguros y muy aislados de la situación real”, reflexionó.
Y así, con un predominante color blanco entre los asistentes, la noche fue envejeciendo.
Dos jóvenes abogadas mostraban pancartas promoviendo los derechos humanos. Sus nombres son Adriana Muro y Manuela Piza, integrantes del equipo de la consultora en derechos Elementa.
“El Acuerdo tiene que ser ya, porque hay mucha incertidumbre”, lamentó Adriana Muro.
Mientras que Manuela Piza, con visible preocupación por los campesinos de las zonas tocadas por la guerra y las víctimas del conflicto, concluyó: “Quiero decirles que perdón por fallarles como país y que estamos con ellos”.
Y con la necesidad de un acuerdo pronto para por fin llegar a la paz con las Farc, los miles de Mateos, María Claudias, Wilmeres y Noahs se fueron poco a poco retirando hacia sus lugares a descansar, con la idea de no desfallecer en el objetivo de dejar un mejor país a las generaciones venideras.
Una Nación, donde todos quepamos respetándonos en la diferencia, sin distingo de estrato, sexo, raza, condición sexual o religión, conviviendo como hijos de este gran país llamado Colombia.