Por Jaime Sanclemente
En la antigüedad, mucho antes del invento de los medios de comunicación modernos, cuando los reyes y emperadores querían informarse de los aconteceres en los confines de sus reinos, solían esperar por días la llegada de algún mensajero que trajera consigo las nuevas noticias. Si la noticia esperada era, por ejemplo, el resultado de una importante batalla, la ansiedad del rey o del emperador por escucharla podía alcanzar límites trágicos: la historia abunda en anécdotas de mensajeros que fueron azotados, cuando no ejecutados, por haber transmitido la noticia que el rey no quería escuchar. Siempre me he preguntado que podía pasar por la mente del mensajero que iba hacia donde se encontraba su rey para informarle de algún resultado desastroso: ¿Qué masoquismo lo animaba?
Porque pienso que a pesar de la llegada del internet hoy en día muchos siguen actuando como aquellos reyes infantiles que pretendían cambiar el curso de la historia torturando a los que la escriben. Después de todo, durante años en Colombia se impuso el modelo de pensamiento único que le permitió al presidente Uribe sobrevivir a escándalos tan desgraciados como los de la parapolítica, las chuzadas del DAS, el de agroingreso seguro, y un largo etc. En Colombia se cimento la perversa costumbre de creer que quien describe la realidad es responsable por ella, y que para que las cosas cambien es necesario sacrificar a quienes nos la representan, del mismo modo en que los aztecas se aseguraban un año de buenas cosechas ofreciendo a sus dioses sacrificios humanos.
Columnistas que no se ajustaban a las líneas editoriales de los periódicos fueron fulminantemente despedidos. Otros, perseguidos y acosados desde el imperio criminal que fue el DAS de Uribe, fueron repudiados por lectores que esperaban ver la confirmación de sus prejuicios en la prensa; si la noticia no era que Colombia era mas grande cada día, era mejor no oírla.
A pesar de ser el país de Latinoamérica que menos dictaduras militares ha sufrido a su largo de su historia, Colombia sufre de una rara regresión a los valores antidemocráticos propios de una dictadura. El espíritu de la constitución de 1991 se ha diluido, dando paso a una mezcolanza sentimental y confusa que sin ideas, repite lemas. “Colombia es pasión” porque tener ideas se ha vuelto sospechoso: es mejor repetir que no haya más FARC y condenar al investigador que describe la conexión entre el desempleo y la acción delincuencial. Es mejor freír al estudiante con choques eléctricos que dejar que se entretenga con nuevas formas de protestas. Es mejor apasionarse y no pensar.
Matar al mensajero se ha vuelto tan común para los colombianos que la caída en desgracia de algún periodista es celebrada con secreta alegría por muchos. Ayer fue el cierre de la revista Cambio, el despido de la columnista Claudia López del Espectador. Hoy, la salida deshonrosa de Ramiro Bejarano de El País nos trae reminiscencias tristes. Sin duda mucho de lo que escribió fue emocional y polémico. Ese era su trabajo como columnista de opinión. Mas que extrañar su columna, nos duele la facilidad (o mejor, la impunidad) con la que un periódico decide deshacerse de una voz incomoda.
No me cuesta mucho entender y hasta compartir las emociones de quienes prefieren cerrar los ojos frente a la realidad, o ignorar y descalificar opiniones contrarias. También a mi me dan ganas de decir de vez en cuando que es mejor castigar a ese mensajero que todo el día se la pasa “poniendo problemas”. Por desgracia, la mayoría de problemas que acosan a nuestro país y a nuestra ciudad fueron en principio “soluciones” creadas bajo el auspicio de una ciudadanía demasiado optimista para su propia conveniencia. Un periodista no debe aportar soluciones; eso es tarea de la ciudadanía y de sus representantes legítimos. Un periodista debe ser honesto consigo mismo y con su propia realidad, transmitiendo fielmente la problemática a la que se enfrenta, sin importarle la impopularidad que pueda ganarle sus opiniones. Sabemos que siempre habrá quienes se empeñen en apoyar el fraude, la desigualdad y los atropellos, ya sea por convicción o por un arribismo descerebrado que se identifica con los agresores en lugar de con los agredidos. Es parte del masoquismo del mensajero saber sufrir los insultos con paciencia.
Espero no pecar de optimista al esperar que pronto cambie en Colombia ese espíritu anticrítico que tanta aprobación encuentra entre los funcionarios mediocres. Para entonces, quien se atreva a responder a un reclamo con la manida frase de “por que mejor no aporta soluciones, en vez de problemas” será visto como lo que es: no como un romántico visionario lleno de positivismo, sino como un idiota irredimible que no debería estar a cargo de nada mas que su propia vida.