Por Benjamín Barney Caldas
Para empezar, una buena administración pública de una ciudad debe propiciar que sus ciudadanos puedan habitar, movilizarse, trabajar, comerciar, estudiar, recrearse y hacer deporte con seguridad, eficiencia y placer. Lo que implica que el diseño de la ciudad debe ser adecuado a su clima, paisajes y tradiciones urbano-arquitectónicas, lo que pasa a ser el marco de referencia para todas las decisiones que se tomen desde la Alcaldía y sus diferentes Secretarías. Y por supuesto, de una u otra manera, todas tienen que ver con dicho marco de referencia, en alguna parte, en algún momento.
Marco de referencia que en Cali está dado por su clima tropical de temperaturas medias pero lluvioso y húmedo -actualmente alterado por el cambio climático, que enfatiza sus periodos de lluvia-, y por la presencia de la Cordillera Occidental, a un costado, con sus dos destacados cerros de las Tres Cruces y Cristo Rey, pero también el de La Bandera, al sur, y el Río Cauca al otro costado. Es decir, que se trata de una ciudad lineal en dirección Norte- Sur, entre la cordillera y el río, atravesada en dirección opuesta por varios ríos, entre ellos el más importante el Río Cali. Configuración geográfica que determina su historia.
Igualmente por unas tradiciones que se perdieron a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado buscando “cambiarle la cara a la ciudad” y su supuesta “modernización”. Pero se ignoró su rápido crecimiento, que precisaba de un urbanismo “abierto”, como lo era el colonial, es decir fácilmente extensible, y por lo contrario se le pretendió dar una configuración concéntrica, ignorando a partir de anillos viales y la mal llamada autopista sur oriental, incompletos pues chocan con la cordillera, lo que se agravó cuando hace una década se abandonó el uso del corredor férreo para el transporte colectivo.
Y una buena administración debe procurar, además de buenos servicios, transporte, vivienda, salud, educación y recreación, que la vida en la ciudad sea más significativa, por lo que la educación ciudadana es clave para ello, comenzando, precisamente, por que entiendan su marco de referencia. Y para conocer la geografía e historia del Valle y Cali, qué mejor que leer María, 1867, de Jorge Isaacs y El Alférez Real, 1886, de Eustaquio Palacios, los que además se pueden “ver” en las recientes ediciones ilustradas con fotografías de Sylvia Patiño, lo mismo que las obras más recientes de Andrés Caicedo, ¡Que viva la música!, 1977, y Umberto Valverde, Bomba Camará, 1972, y, Quítate de la vía perico, 2002.
Pero hay que considerar que en Cali, como suelen serlo en las ciudades más grandes, sus habitantes son gentes con grandes diferencias culturales, sociales y económicas, y que muchos han llegado recientemente de otras partes, desplazados por la violencia, la de antes o la de ahora, o buscando mejores oportunidades de vida, por lo que hay que enseñarles cómo entender su nueva ciudad, y hacerlo permanentemente y por todos los medios. Pero lo más importante, es entender que una buena vida urbana es una vida en paz, y que la paz también es un asunto de convivir adecuadamente con un clima, un paisaje, que poco cambian, y unas tradiciones que por lo contrario han evolucionado entre nosotros demasiado rápido.