
6 de septiembre:
(Problemas con la sudadera)
No puedo moverme. Me encuentro ante un gran problema cuando tengo que levantar el píe izquierdo, contar hasta tres y luego arrojarme al piso, afeminarme un poco y, sobre todo, andar en sudadera. El asunto de la sudadera es el que más me preocupa. Hay que amarrarse bien los zapatos, ¿cómo, entonces, ponerme ese retazo de tela, por lo normal gris, que me queda tan holgado que siento que me desvanezco? Mientras asisto a una fiesta de gente empiyamada y extraña, que se saluda levantando las cejas tímidamente, me instalo en un ángulo seguro esperando por alguna animosa persecución. Vamos a hacernos los niños, y me pregunto si seré capaz de quitarme tantos años de encima. Finalmente, sé que lo voy a hacer, ¿por qué no? ¿Por qué habría de avergonzarme de comportarme como un niño, aún estando presente esa mujer que me asusta porque me mira desde un castillo de naipes? Me parece más vergonzoso realizar un trabajo que detesto, que me paga tres mil pesos la hora y que aún así no puedo dejar porque, maldita sea, necesito esos tres mil pesos. La feliz publicación de un boletín bimestral de una cooperativa, ése es mi oficio, editor cooperativo. DTF + 1, DTF + 2, análisis predecibles sobre el porvenir de las PYMES, entretenido, muy entretenido. Alguien me ataca por un costado, decido moverme y hacerme detrás de ese robusto desconocido que corre lentamente hacia la pared, riéndose como una foca. Sí, estoy seguro, sus 90 kilos me protegerán de todo mal. Este muchacho regordete es ahora, cómo no, mi ángel de la guarda.
7 de septiembre:
(Moscas)
A las dos de la tarde[1] recibí malas nuevas. Un amigo me telefoneó para avisarme que la universidad iba a estar cerrada porque algunos muchachos inconformes con el sistema [2] lanzaban objetos, guijarros o trozos de universidad, qué sé yo, contra el mundo. Apenas saliendo del fastidio del mediodía, a 38 grados a la sombra, y con un dolor en el dedo meñique del pie, de origen desconocido, lo último que uno quiere es que alguien le llame a ponerlo al tanto de semejante desgracia. No exagero, era una desgracia. Inventé alguna excusa poco convincente y colgué. Me tiré al piso y me sentí terriblemente vacío. Con gran terror deduje que eso significaría la cancelación del taller de teatro. Moscas sobre mí. Pocas nubes sobre mi casa. Sin ningún tipo de esperanza, más bien por romper esa quietud incómoda, llamé a la universidad a confirmar el siniestro. Luego de soportar largo rato el monólogo mal vocalizado de la grabación telefónica, me contestó alguien del departamento de seguridad. Nunca he sabido bien cómo llevar este tipo de conversaciones con funcionarios que, seguramente, deben maldecir las llamadas de estudiantes necios y curiosos a esa hora del día y, como ya dije, a 38 grados a la sombra. El tipo lo negó todo, me dijo que la cosa marchaba normalmente y que, por lo menos hoy, no se había lanzado una sola piedra. Noté que a lo lejos alguien se reía, entonces me despedí y colgué. No puedo decir que la noticia me alegró, pero sí creo haber sonreído un poco.
Me eché agua de colonia, eau de toilette 30%, y salí a la clase. Cuatro y media, justo para llegar. Al entrar a la universidad me doy cuenta que en efecto pasa algo y sospecho que no va a haber clase. Camino igual y me encuentro con mis compañeros de clase y luego con el profesor. La clase iba a empezar. Creo que en ese momento, por un leve mareo que me sobrecogió, una gota cayó del cielo justo sobre mi frente, y la mojó un poco. No iba a llover, esa gota fue enviada solo para mí.
Noviembre algo
(Carajo)
Jugar a ser niño es dormirse de cierta forma, dormir es morir un poco y en tiempos difíciles es mejor andar muerto. Por eso sé que no podría soportar este semestre sin llegar a mi casa dos noches a la semana y quitarme un par de medias echadas a perder porque estuve persiguiendo durantes más de una hora el trasero obeso y feo de alguna estudiante de ingeniería sanitaria. Sobra decir que no es ése el único trasero que persigo, pero sí es, cómo no, el único que puedo alcanzar, eventualmente. Además puedo pensar en los trasnformers y en las tardes donde mi abuela cuando tenia 7 años, o 9 o 10. Sonrió, qué buena tarde, calores aceitosos y zancudos atrapados en el closet. Los escucho perfectamente. Sin que me tiemblen las pestañas puedo asegurar que el zumbido no es causado por las alas. Es su cerebro doble núcleo, maquinando complots que viajan en el tiempo montados en un poni. Sudo, incluso en el área del culo. Soy tan niño, mi piel es de un mármol carísimo, estoy tan dormido, me muero tanto. Qué muerte tan feliz.
Noviembre un día después del algo.
(La muerte del tropezón)
La expresión de la mano que cae sobre las tablas, rendida, como un hombre al que su propio hijo le ha disparado por la espalda, esa línea obscena que dibujan los dedos. La mano que se adelanta para proteger al resto del cuerpo, que torpemente se ha tropezado y cae. La dinámica del juego hace que ese tropezón se repita tantas veces y en tantas personas que va perdiendo la gracia. La primera que se cayó fue esa muchacha que tiene nombre de un personaje de Disney. No, no es Minie, pero sí tiene dientes de rata. Fui atento espectador del momento en que su pierna izquierda flaqueó, la rodilla pifiada entró en paro y la expresión de su rostro anunció el inevitable desprendimiento. Ya en el piso no pude reírme debido a que estaba muy cerca y hubiera sido descortés, así que me bastó con alimentarme con la risa de los demás. Es un poco morboso, lo sé, pero siempre es agradable contemplar como desconocidos se desparraman en la extensión de su impericia y van a dar contra el mundo, sí, porque es el mundo el que los recibe, con sus insectos recién descubiertos y sus legislaciones contradictorias. Es algo que todos esperamos, así sea para ayudarlo a levantar. Es un evento. Ahora lo hemos gastando tanto, se ha convertido en un episodio vulgar y falto de belleza. Me preocupa, ¿cómo podremos vivir en un mundo en el que las caídas han perdido todo su valor?, ¿Cómo?
Diciembre 21
(¿Dónde están mis gafas?)
He perdido la memoria de mis primeras mentiras. Actuar ahora es tan difícil. No hay muchas personas afuera. No estoy nervioso y me pregunto si habría motivos para estarlo. Siempre y cuando no olvidemos nuestras partes no habrá problema. Pero las olvidaremos, Stephanie callará y yo tras de ella y permaneceremos así, sin saber qué hacer. Bueno, pero si de eso se trata el dialogo, de olvidarlo todo, de no saber qué hacer. Ya es nuestro turno y no encuentro las gafas. Creo que eso es todo lo que me preocupa ahora. ¿Dónde están mis gafas?
[1] Mientras imprimía, entre entusiasmado y estúpido, algunas páginas descaradamente beckettianas que planeaba mostrarle al amable maestro, cuyos ojos no he podido ver bien.
[2] ¿Es que acaso puede haber, en medio de este caos bíblico, un sistema medianamente articulado que defender o derrocar?