Pueblo Pance es el segundo piso de una ciudad que de tanto en tanto se muere del calor. Los turista urbanos, y algunos forasteros, se desplazan a sus faldas o a las orillas del Río Pance a buscar una jungla paradisiaca a 1.500 pesos el pasaje. Ese sensación térmica, así como la intimidad de la espesura de un parque natural son un patrimonio espiritual del pueblo de Cali. El acceso a estos santuarios andinos debería ser un derecho similar al acceso a las universidades o a los centros comerciales y estaríamos de fiesta viendo construirse un aparato vial como parte de una crecimiento integral de ciudad.
Sin embargo la única vía que lleva a esas altura llega con algo de asfalto solo hasta el puente de la Vorágine. El tramo que conecta este punto con el Pueblo de Pance es un aplanamiento lineal de características casi cavernícolas, que impiden incluso el paso de los caminantes cuando son sorprendidos por cráteres y lodazales en la época de lluvias.
¿Por qué no se ha terminado la pavimentación de una corredor turístico tan evidente? Benjamín Barney, adjudica la culpa, ente otras cosas, la violación del espacio de la carretera: “No se puede hacer nada a menos 50 metros de la vía, para que ésta se conservara como tal. Pero a pesar de esa reglamentación las carreteras en Colombia tienden a volverse calles, no es sino ver la salida al mar, que hasta el kilómetro 18 está construido a ambos lado de la calle, como si fuera una calle de pueblo. Realmente habría que tomar una medida dura, radical, y no permitir construir absolutamente nada a 50 metros de la vía”.
Pero adentrándonos en el paisaje fracturado de los farallones nos damos cuenta que es demasiado tarde: Ya han construido a lado y lado de la vía, incluso, han fortificado viviendas y casas de campo. Es claro que los propietarios de estos predios, sobre todo los más elaborados arquitectónicamente, interpondrían una serie de recursos de apelación y solicitudes de aplazamiento que harían impracticable un desalojo de facto, por lo cual el estado se vería forzado a comprar estas tierras (que le pertenecen) para restablecer el margen de navegabilidad de la vía y poder incluirla en el trazado de un doble calzada que ascienda desde Cali a los 1.023 metros de altura de Pueblo Pance. Sin mencionar el atractivo turístico mejorado que resultaría siendo el parque Natural de los Farallones de Cali, por lo menos los senderos en la falda que son los más concurridos, estaríamos hablando de una vía que los podría transportar a usted de piso térmico en muy poco tiempo.
Frente al problema el ministerio del medio ambiente no ha funcionado como debería. Por ahora sólo podemos pedirle a la entidad que impida nuevas construcciones, que es algo que se debió hacer hace años. Volverlo una cultura: no hacer nada al lado de la carretera.
“Si mejoran la vía, sin hacer antes una reglamentación y hacerla cumplir, sería desastroso. Mientras no exista ese cuerpo de leyes y un aparato de las haga cumplir es mejor que la carretera esté desbaratada” Dice sin temores Claudio Borrero, que simultáneamente urge por una solución en beneficio del la ciudad:
“No construir la carretera hasta pueblo Pance sería un castigo al colectivo derivada de la incapacidad de hacer algo correctamente”
Benjamín Barney advierte de un desastre ambiental en ciernes de no regularizarse la construcción el acoplamiento de la zona rural protegida con sus características geológicas, humanas y legales:
“Lo que el gobierno debe hacer es reorganizar los predios y decirle a la gente en qué parte se puede construir qué y no volver a cometer la metida de pata tremenda, que algún día vamos a pagar cara, que se presentó en Aguablanca, de dejar a los terratenientes que tenían presencia en la zona, que volvieran urbanizable una zona que estaba por debajo del nivel alto del río.
La gente se instala ahí y punto, ¿bajo qué titularidad? ¿Idónea o precaria? Hoy se corren en las notarías títulos torcidos, y lo llevan inclusive a registro, muchas veces con la bendición de un juez y no pasa nada.
¿Quiénes son los poseedores de estas tierras y cómo las obtuvieron?
Sólo los colonos y habitantes de la zona que tengan título legítimo, anterior a la ley 175 de 1948, cuando mariano Ospina Pérez cedió la cuenca hidrográfica del Río Pance con terrenos baldíos al municipio de Cali, hacen una ocupación legal de las tierras. Ese patrimonio quedó dentro dela reserva hídrica, de la reserva forestal y del parque natural de los farallones. Por los tres costados es de uso público, no es enajenable, no prescribe nunca como patrimonio de la ciudad. “Muchos tiene títulos reciclados, que en mi opinión, son de precariedad absoluta, porque si nacieron después del año 1948 para acá no tiene fundamento. En el año 68 le agregaron el carácter de parque natural de los Farallones de Cali, en esos años la oligarquía, empezando por el alcalde Álvaro Lloreda, se hicieron adjudicar todos estos terrenos”
Amenaza para la salud del parque natural
El debate está abierto entre ambientalistas y colonos. Muchos especialistas y conocedores de años de la zona coinciden en que no habría un problema mayúsculo con una carretera que conectara a la ciudad con el parque si se planteara primero. Claudio Borrero nos da luces sobre el asunto:
“Varios han sostenido la tesis de que mejorar el esquema vial en las zonas de bosques es incentivar la llegada de la gente, lo cual conlleva un detrimento para la reserva forestal, pero eso depende del país que estemos hablando. Por ejemplo, los caminos a los bosques de Viena son pavimentados, pero quién se va a meter a quitar aunque sea una ramita, porque existe un cultura de respeto y la conciencia del valor real de un escenario natural de estos”
Parecer ser que la construcción de una vía pavimentada que continúe la doble calzada que hace parte de las megaobras ya contratadas es un proyecto del futuro lejano. Su trazado está demasiado cercano a la cuenca del río y ya se han instalado toda una “urbanización” a sus costados por lo que antes de construir habría que destruir u cambiar el eje de la carretera a una zona más lejana del río. Teniendo en cuenta que el estado de la carretera desestimula la llegada y el aposentamiento en una zona que sin el debido control dejaría a la ciudad al borde del desastre ambiental parece casi un golpe de buena suerte el que dicha carretera esté casi intransitable.