Caliescribe presenta estas narraciones de ficción como parte de su compromiso con la divulgación de la palabra escrita en todas las formas que ésta pueda tomar.
Por Alex Sterling
Estamos en una fiesta. Nos ha invitado un amigo en común. Realmente no lo conocemos, pero nos convence a ambos utilizando su sonrisa de estúpido y su estilo italiano. Llegamos a distintas horas y por puertas diferentes. Nos sentamos lejos. Yo, que he bebido ponche y cerveza caliente, busco la salida, primero con la mirada, luego a codazos. Entonces te veo tratando de escapar por una ventana. Parece que no te decides. Meto las manos en los bolsillos: tengo 5000 pesos. Perfecto, digo, con esto podemos alquilar dos flotadores para bajar por el río.
Entonces me acerco.
Y te disparo:
"Conozco otra salida, más rápida, más silenciosa" intento lucir confiado pero no sé si te impresiona. Dices algo pero no escucho. Debe ser que no te he dicho nada, pienso. Entonces decido ser sincero: Te digo que inexplicablemente siento que te he visto más de una vez. ¿Escuchaste eso? Callen esos bafles, ¿escuchaste eso?, ¿cómo puede ser que la música no nos deje hablar? Tengo un archivador en mi casa, no tengo un diario, pero cuando algo me impresiona lo fotografío y lo pongo ahí, en un carpeta.
¿Cómo le pondré a tu carpeta? por otro lado… si es que me estás escuchando… no creo que deje tus fotos en una carpeta, creo que, por lo menos una respetable selección, estará en mi bolsillo, mis pantalones tienen bolsillos gigantes, ¿te había contado eso? Entonces me pides que te traiga uvas, o eso te entiendo, sonríes, y yo… pf… solo pienso… algo te estalla en la mirada, me puedo ver en tus ojos, ¿quién me dijo que el cuello de la camisa me quedaba bien así? Tengo que pensar rápido antes que dejes de mirarme. No es tan difícil, sonrío, me siento cómodo desde la espalda hasta la boca del estómago; saco el billete de 5.000. Le digo un tipo que he visto farandulear constantemente que me traiga una libra de uvas y una lata de leche condensada, que se quede con la devuelta. Lo despido apretándole los cachetes. Volteo, ¿Dónde estás? alguien ha cerrado la ventana, este pueblo le tiene pavor al frío, están hechos de cristal y caca de caballo. Entonces te escucho respirar: estás de pie en la salida. Miras hacia donde estoy. ¿Qué debo pensar de esto?
Camino hacia allá, esta vez sin pensar nada.
Te tomo por el brazo, no te quiero ver la cara, ¿qué cara estás haciendo? Decime…
Entonces hay una pelea, una mujer vestida como una gastritis corre y grita, todos salen. Debemos ir con ellos, debemos alquilar los flotadores, pero ya le he dado todo lo que tenía al tipo este, qué diablos, bajaremos nadando. ¿Dónde está ese hijodeputa con las uvas?
Me dices que todos se han ido. Es verdad.
No hay música, si te dijera algo seguramente lo escucharías. Entonces voy a hacerlo, te digo…
-¿Vas a hacer qué?
– A decirte…
– ¿Qué? – y pienso en lo mucho que disfruto esto, el suspenso, sentir esto.
– Naaa…
– Dime.
– ¿Lo hago?
– Sí.
– Mmm, está bien, pero adentro.
Entramos. Con el píe apartamos perros borrachos y latas de cerveza. Busco el balcón. Hago una torre con cojines y te siento en la punta, contra el cielo. No mires hacia abajo, te digo. Por ninguna razón. Entonces salto y me sostengo en el aire.
– Te voy a decir. – Asientes con la cabeza. Me acerco volando hasta tu oído y te digo todo.
Todo.