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Horas “picos” = horas “pitos”/90 db: causante de sordera

Lorena Botero Carvajal, 30 June, 2012

Por Lorena Botero Carvajal

 

En mi lucha diaria por intentar escribir algo medianamente decente, me enfrento constantemente a los pitos ensordecedores que se escuchan desde el onceavo piso de  la carrera cuarta con octava, los mismos que constituyen mi sonido de fondo inspirador. Una batalla difícil, para quien se enfrenta día a día a la compleja labor de escribir. De ahí, nació este artículo sobre la contaminación auditiva.

Pitos, música, gritos, la licuadora retumbando, una industria produciendo, el culto cristiano del fin de semana, el timbre resonando alto, un bebe llorando, la radio del vigilante encendida, el teléfono y el celular al tiempo, las famosas motos estilo “Harley Davidson”  cruzando por una avenida a toda máquina,  una ambulancia con prisa, el reggaetón a todo volumen proveniente de un carro que espera ansioso a que cambie el semáforo, la voz de “tu autoridad” que al necesitarte con urgencia, grita tu nombre a todo pulmón, las famosas “chivas rumberas” que se desplazan como discotecas ambulantes por toda la ciudad, la música del vecino con el parlante a todo volumen y como no dejar a un lado, el tráfico pesado en su hora pico que puede reunir perfectamente todas las anteriores en un solo segundo de desesperación.

En una de mis aventuras personales me encontraba en el corazón de la contaminación y el irrespeto: Calcuta reunía para mí todas las formas de contaminación no solo visual, sino auditiva y consolidaba la muerte en carne viva: salir a la calle era literalmente no tener paz interior, ya lo externo estaba podrido.

El ruido ensordecedor, enmudece el espiritu

Como es claro, la India simboliza para mí el infierno en todos los ámbitos y en cuestiones de contaminación por ruido, Cali no deja de ser el cielo, ni tampoco el purgatorio. Basta con caminar por toda la avenida 6ta, entre la calle 16 Norte hasta la 19 para evidenciar a lo que llamo, contaminación sonora y ni hablar de las horas “picos” donde los “pitos” son protagonistas. 

Seguramente en el imaginario colectivo, los pitos resuelven un trancón, hacen que usted llegue más temprano al trabajo y por qué no, que no le coja la tarde. De repente,  cuando coloca su música a todo volumen quiere hacerle entender al “otro” cuál es su tipo de música preferida e influenciarlo para que la escuche, quiere llamar la atención de ese otro de alguna manera, quiere decirle “aquí estoy yo y esta es mi música”. Los balnearios vecinos pelean entre sí por quien pone la música más alta, como si el grado del volumen trajera consigo más clientes. Cuando acelera el motor de su motocicleta y usted no arranca sino que por el contrario se queda inmóvil, “pataleando” con el acelerador, no entiendo que quiere lograr, ni cuál es su propósito: si bien no arranca, produce más sonido del que no es necesario. A lo mejor, está queriendo mostrarle al mundo entero que tipo de motocicleta tiene y está perjudicando el metro cuadrado personal del “otro” que seguramente quiere caminar en paz por los lindos atardeceres de Cali.

Es claro que el ruido no se acumula como los otros tipos de contaminación existente,  pero éste puede causar grandes daños en la calidad de vida de las personas (incluida la calidad del sueño) y efectos sobre la salud auditiva, física y mental de los ciudadanos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera los 70 dB (decibelios) como el límite superior deseable. Si entramos a considerar que en cualquier bar-discoteca caleño se alcanza a percibir en promedio 90 db, llegaríamos a la conclusión que la situación es alarmante.

El Dagma, como una de las autoridades ambientales que regulan estos procesos en la ciudad, ya cerró un local definitivo (“Las Avenidas”-carrera 8va No 42-54/barrio El Troncal)) y  aplicó leyes preventivas a los establecimientos Albar (Av. 6 No 15N-89), Maraka Café bar (Calle 16N-6N-24), Mama Luna Bar  Crossover (Calle 15N-4N-96) y Manhattan II (Calle 5 No 16-54 al lado de la loma de la cruz). Estos lugares no podrán prestar sus servicios nuevamente si no minimizan los impactos sonoros.

Los efectos físicos pueden llevar a una sordera en caso de exceder los limites de ruido o bien, a una socioacusia, déficit auditivo frente a la prolongada exposición al sonido alto. El desplazamiento temporal o permanente del umbral de audición son otros de los efectos que se pueden evidenciar. Ahora bien, los efectos psicopatológicos encierran la dilatación de las pupilas y parpadeo acelerado, agitación respiratoria, aceleración del pulso y taquicardias; aumento de la presión arterial y dolor de cabeza, menor irrigación sanguínea y mayor actividad muscular. Todo lo anterior puede ocurrir a grados mayores de 60 db, pero si se llegan a sobrepasar los 85 db los efectos pueden ser aun mas graves: disminución de la secreción gástrica, gastritis, colitis, aumento de colesterol, de triglicéridos, riesgo cardiovascular, arteriosclerosis, problemas coronarios llegando inclusive a sufrir un infarto y aumento de la glucosa en la sangre.

Datos curiosos

23 establecimientos han recibido cierre preventivo. 9 de éstos están ubicados en el barrio granada. 20 locales más han sido amonestados.

Cali cuenta con 11 zonas críticas de contaminación auditiva: Granada, Juanambu, la galería Santa Elena y el Centro son las zonas de más difícil control sonoro.

Las multas pueden acceder hasta 5.000 salarios mínimos legales vigentes.

 Todos los efectos psicológicos están directamente relacionados: el aislamiento conduce a la depresión. El insomnio produce fatiga. La fatiga lleva a falta de concentración y ésta a poca productividad, desatando un estrés incontrolable y posibles dolores de cabeza e inclusive migraña. La neurosis tampoco se aleja de este cuadro psicosomático que puede llegar a paralizar inclusive extremidades del cuerpo.

En un mundo de ruido, bulla, pitos y sonidos que sobrepasan los 60 db, es imposible sumergirse en nuestro cielo interior y rescatar la vida. Cada vez más, luchamos por sobrevivir en una ciudad de gritos que nos impiden escuchar y es el insomnio, la neurosis, la gastritis y la depresión que se apoderan tristemente de los ciudadanos en un afán por recuperar lo externo que ya está podrido o mejor resumido lo diría Héctor Lavoe en su canción de Juanito Alimaña:

 

“La calle es una selva de cemento y de ferias salvajes como no,
ya no hay quien salga loco de contento,
donde quieras te espera lo peor”.

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