Es común en algunas zonas de conflicto el cobro de vacunas y “tarifas por protección” por parte de los grupos armados involucrados. Guerrilla o paramilitares, casi todas las zonas rojas del país ya están repartidas entre estas dos fuerzas, o una de sus derivaciones narcotraficantes como “Los Machos”, “Los rastrojos” y otros. La galería de Santa Helena, lleva décadas siendo disputada por todos los grupos armados que hacen presencia en la región. Ahora la galería está en manos de un grupo de sicarios, que fue tomándose el poder dentro de la comunidad y ahora reina y se lucra del miedo de los comerciantes.
Julio Medina* atiende un pequeño puesto de venta de pandebonos, café y otros bocadillos que le ayudan a pasar la noche a obreros y obreras que desde la medianoche comienzan a poblar la galería. El horario en que permanece en la galería, y el hecho de que acuda diariamente desde hace 18 años, lo convierte en testigo ejemplar del fenómeno:
“Mire, si usted, por ejemplo, trae una carga de bananos. El camión se los deja en la plaza y ahí mismo donde lo descargan le cae uno de estos muchachos. De una va haciendo cálculos alegres de cuánto vale la mercancía que le llegó a usted, sin utilizar ninguna báscula o algo así, y de una le va cobrando un porcentaje por protección. Digamos, si el tipo calcula que la carga vale unos 6 millones, le dice, deme 300 o 600 mil por el día de hoy, para que pueda descargarlo. Luego de que ellos dan la autorización ya usted pueden vender tranquilo”
Mario Cuasmayán viene desde Silvia cada mañana de sábado a traer quesos y leche de chiva. Dice que lo que le cobran por “protegerlo” es exagerado y piensa o no volver o no volver a pagar.
“Si usted se pone bravo o trata de armar resistencia lo van sacando de acá. Estamos hablando de grupos de sicarios, por lo menos los que yo conozco, que trabajan solos y hacen lo que les da la gana. Totalmente fuera de control y orden está este lugar, he pensado en no volver. Porque no pienso volver a pagarle vacuna a esta gente”.
El ambiente de seguridad que se respira en la galería tiene a muchos comerciantes satisfechos. No hay precedentes de un sistema de seguridad tan efectivo en las plazas de abastos de la ciudad, no por lo menos en los años últimos, en los que el estado trató infructuosamente de mantener el control de estos centros comerciales con piso de tierra. Hay semana con cero robos y eso en Cali es decir algo. Hay quienes, de frente, alaban la tarea de los vigilantes y dicen que defienden sus métodos porque son los únicos efectivos.
Años atrás, la galería estaba perdida entre los puestos que se ubicaban sobre la calle 26 y el mundo del hampa que se formaba en los barrios aledaños. Las incursiones de pequeños grupos al interior de la galería, siempre derivaban en enfrentamientos entre los comerciantes y los delincuentes, que terminaron algunas veces en linchamientos y otras perlas por el estilo. Así, hace unos 6 años, se empezó a organizar un grupo de los mismos jóvenes de los barrios cercanos, algunos de los mismos que solían atracar, y estos empezaron a cobrarle a los comerciantes por cuidarlos (de ellos mismos). Ahora todos los identifican cuando los ven pasar. Siempre van vestidos con ropa deportiva costosa, con gorras y son los únicos en la galería que no tienen tierra en las manos.
Cuasmayán sigue con su relato: “Yo a éstos hampones le he llegado a pagar el 10 por ciento de la mercancía que vendo al mes. A mí esta seguridad que ellos brindan me parece todo lo contrario. Me parece que sale más caro pagarlos. Mire, a mí antes si mucho me robaban una vez cada tres meses. Casi siempre robos pequeños, que vino un tipo y se llevó un melón, que vino una señora y se llevó media libra de fresas y no las pagó. Cosas que le descuadran a uno el día, peor no más. Solamente una vez, como a mediados de los 90, sufrí un asalto grave, de todo el dinero que había vendido en el día, pero fuera de la galería. Pierdo mucho más manteniendo a estos vagos que se niegan a trabajar”.
El mecanismo es simple. Cuando un ladrón es sorprendido en las suyas dentro de la galería los comerciantes lo detienen. No importa que hora del día sea, llaman a la Policía, que casi que se demora en llegar 20 minutos exactos, como dando tiempo a que las cosas pasen. Uno de estos vigilantes se acerca al ladrón por la espalda, como si fuera otra persona que va pasando por ahí. Lleva gorra y chaqueta, así es como todos identifican al ejecutor.Cuando está detrás del ladrón le dispara en la nuca y listo, ahí queda el muñeco pa’ que lo vistan. Sigue caminando como si nada y se quita la gorra y se cambia de chaqueta. La policía llega y el sicario todavía está ahí, con otra ropa, pendiente de que nadie hable con los verdes. Extendiendo una amenaza implícita a todos los presentes, asegurándose de que nadie abra la boca más de lo debido. Nadie vio nada.
En el fondo todos los comerciantes saben que estos vigilantes no les cobran tanto por defenderlos como por no hacerles daño. Se han tomado atribuciones más allá del uso de la fuerza y ya tiene tarifas y mecanismos de cobro. No sería de extrañar que en el corto plazo recurrieran a recibos membreteados o a una marca registrada. La burla a la autoridad municipal es absoluta. Desde que los vigilantes se instauraron como única autoridad en la galería las ventas han bajado. El miedo se apodera de clientes, ladrones y comerciantes por igual, convirtiendo la central de abastos en un polígono, en tierra de nadie donde impune reina el terror del más fuerte.