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Por Alex Sterling
La televisión local muestra a este tipo que dice que es capaz de revertir su estado en el universo. Se llama Gerro Makú y como prueba de sus habilidades ingirió dos litros de ron en presencia de numerosos testigos. Minutos después todos los presentes estaban absolutamente ebrios, menos Makú, que los observaba con el cerebro totalmente lúcido, tan sobrio que se quería morir.
“Es claro que no se trata del clásico episodio telepático. Aquí hay, evidentemente, intervención de las agencias de seguridad chinas, que buscan desestabilizar el orden mundial con cortinas de humo mientras avanzan hacia el Tíbet” Declararía semanas después Mario Manotas, decano del departamento de neurología de la Universidad del Chontaduro.
Si sus paranoias audiovisuales se salen de control, todo elemento que lo rodee cambia su composición. Así, petrificó a un pastor pentecostal que se atrevió a burlarse de su respeto ancestral por los jaguares, le hizo crecer espinas de mármol en el recto a una azafata inglesa que le pidió que repitiera su nombre y convirtió en una fugaz aurora boreal a un paracaidista que intentaba aterrizar en la mitad del estadio olímpico, porque lo confundió con primo que le debía plata, gesto que el público ovacionó con un ataque de histeria y dos silencios. El episodio, televisado a nivel sudamericano, lo convirtió en una vedette de los medios alternativos y hasta mereció un capítulo de Mit Busters, que terminó por desprestigiarlo internacionalmente.
Sin embargo, sus capacidades nucleares no pasaron desapercibidas para los empresarios de la región, que no esperaron a navidad para contratarlo por un monto que ofendió a algunos jugadores del Barcelona F.C. La industria de la publicidad desparramaba todo su ingenio en promover el consumo del azúcar y del licor derivado del mismo. Makú fue destinado al departamento de quemas, en el que pasó diez años incendiando cañaduzales desde su oficina, alternando sus sesiones piroquinéticas con apariciones en comerciales en los que representaba a un cortero que recibía su salario y lo depositaba en una cooperativa.
Con la mente erosionada por el comportamiento repetitivo al que fue rebajado, deshidratadopor su negativa a pagar por agua en una ciudad que tiene 7 ríos, Makú por fin cedió ante el aburrimiento más primitivo y cayó aletargado. Dos días después la mitad de los habitantes del barrio habían sido diagnosticados con depresión profunda o algún tipo de anorexia nerviosa. Dos semanas después casi toda la fuerza laboral estuvo paralizada por un episodio maniacodepresivo colectivo. La única razón por la que la que los seres humanos no desaparecieron del todo de la ciudad fue el lamentable estado de debilidad en que se encontraba Makú. Por suerte la carga laboral había cabado con su fuerza. Otra noche de copas en el Club Colombia.