
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
De unos 3.000 habitantes a fines del siglo XIX, pasó a cerca de 30.000 a inicios del XX, y después a 300.000 cuando fue la ciudad que mas crecía en el mundo a mediados del siglo después de San Pablo, a base de inmigrantes casi todos de pequeñas poblaciones y el campo. Ya entrado el XXI se acerca a 3.000.000, la mayoría jóvenes, si se suma su población flotante, los desplazados, y los que viven en los municipios aledaños, que son cinco y de dos departamentos diferentes. Como pocos de sus habitantes llevan varias generaciones aquí, esta es una ciudad sin ciudadanos propios. Tiene muchos menos años de los que cada año le celebramos, y muchísimos mas habitantes de los que periódicamente contamos mal. Esto por supuesto ocasiona problemas de marginación social y gobernabilidad. Ya no es Santiago de Cali, ni “la sucursal del cielo” sino megaCali. Y si seguimos destruyendo su patrimonio e importando su cultura, pronto será otra ciudad, aparte de la espera de una tragedia, pues continúa la amenaza sísmica y la micro zonificación se ignora.
Aquí la movilización depende sólo de los automotores, aunque los carros son comparativamente pocos, y pese a que hay muchos cruces a dos niveles su circulación está restringida semanalmente, mientras motos y buses y taxis desocupados ocupan las vías, consumiendo y contaminando. Su señalización es antitécnica, repetida u obsoleta, y no se tapan los huecos si no que se agregan “policías acostados”, y no hay casi ciclorutas pese a sus muchas bicicletas, o están mal diseñadas. Su transporte colectivo es incompleto, mal planeado y peor construido, y desde luego no podrá ser el único medio de un verdadero sistema integrado de transporte urbano, como se ha dicho ignorando que en todas partes siempre se usan varios. No hay suficientes semáforos ni tienen tiempo para los peatones, y la gente pide puentes peatonales pese a que muchos no los pueden usar, y ni siquiera hay buenos andenes o están desfigurados u ocupados por carros, y los nuevos pasos pompeyanos y rampas peatonales están mal emplazados. Y como no sabemos caminar ni manejar carro hay muchos accidentes.
Cali es diferente a las ciudades que usualmente tomamos como referentes, y los parámetros que usamos son de países desarrollados y con estaciones. La Administración Municipal se ha burocratizando y se han privatizado sus proyectos, funciones y tareas, pero no se entiende la necesidad de que sus alcaldes puedan ser relegidos, y creemos que su belleza y memoria son lujos prescindibles. No vemos que hay que reinventarla aprendiendo del pasado para no destruir su futuro, y que no tenemos otra vida para hacerlo. Que hay que aprovechar que después de la Revolución Cubana la agroindustria volvió importantes las ciudades vecinas, como Buga, Palmira y Santander, y que existe de hecho una área metropolitana de Yumbo a Jamundí. Mas en una ciudad que se miente así misma como la mas feliz del mundo, hay que entender primero la simbiosis entre las ciudades, en tanto que artefactos y obras de arte colectivo, y sus habitantes en tanto que ciudadanos. Que si la cultura ciudadana y el urbanismo no van de la mano, y este de la arquitectura, se seguirá deteriorando, lo que es peor a que colapse.