
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Se habla mucho en estos días de la paz del país pero nada de la paz de sus ciudades. Pese a que no implica que una minoría cambie la Constitución para lograrla, y que sencillamente busca más seguridad, funcionalidad, confort y placer para todos los ciudadanos; hombres y mujeres. Asuntos de los que los jefes de las FARC difícilmente podrán hablar después de medio siglo en el monte, pero que al parecer tampoco les interesa a los políticos y empresarios que manejan el país, interesados apenas en su economía, ni a los que evaden su realidad con el espectáculo de los “realities” de la TV y la arquitectura sin urbanismo que confunden con progreso y modernidad.
Habría que principiar por la paz en las ciudades, en las que muere más gente en accidentes de tránsito que por la guerra en el campo, muchos provocados, hay que repetirlo hasta el cansancio, simplemente por la inexistencia de adecuados andenes y cruces peatonales en las esquinas, con semáforos donde sean indispensables, y porque casi todos los escasos que hay no tienen tiempo para los peatones. Igualmente se ignora que no hay mejor vigilancia para reducir la delincuencia común que la de tener vecinos conocidos, lo que de contera hace que no sean entrometidos y sí serviciales, por lo que hay que establecer comportamientos que faciliten su convivencia.
Tenemos que aprender a no hacer ruidos que tengan que soportar los demás, ni siquiera nuestra música pues no tienen porqué compartir nuestro gusto. A no dejar nuestra basura en donde moleste a los otros. A no producir olores indeseables para el vecindario. A no intervenir las calles pues el espacio público es para todos, y hay que aprender a usarlo correctamente. Es un ámbito público y no privado, al punto de que las fachadas de nuestras viviendas son parte ineludible del espacio público más que del privado, del que apenas son su imagen y de ahí el problema cuando se busca demostrar con ellas algo a los otros, lo que es propio de los nuevos ricos. Los que manejan carro tienen que aprender a no estacionar en los andenes, y a respetar a los peatones y a los otros conductores. Y hay que insistir en que los peatones respeten a los demás peatones, y aprender a ceder el paso y no parar de repente sin hacerse al lado, lo que se agrava por la estreches de los andenes. Y, sobre todo, a no invadirlos ni modificarlos pues son propiedad de la ciudad y no de cada vivienda, y deben ser para todos. En fin, aunque algo se ha avanzado en este aspecto, aprender a respetar las colas y los turnos sin respirarles en la nuca a los que están adelante ni mucho menos “colarse” a su menor descuido.
Además de considerar a nuestros vecinos, tenemos que evitar perturbar a los demás en las calles, plazas, parques y edificios de uso publico, garantizando la paz entre los ciudadanos, la que se llama urbanidad, es decir el respeto y consideración por todos en las ciudades, las que se debieron mas a las mujeres, que dan inicio a la agricultura, que a los cazadores. Paz urbana de la que no se hablará ni en La Habana ni en Oslo, pese a que ahora casi el 80 % de los colombianos vivimos es en las ciudades. Pero para que se entiendan las exigencias de un nuevo período de la sociedad colombiana, el de un país urbano, la educación es fundamental.