Por Patricio Almeyda
La habitación de Pedro Pablo Arias tiene una sola regla: Los objetos más grandes van a la derecha. La pieza se ve en descenso y su familia se tiene que agarrar mentalmente de las paredes cuando van a visitarlo. Por recomendación de su quiropráctico todo lo que tiene es útil. No hay una sola pintura o referencia del momento cultural que vivimos. Solo un calendario al que le arrancó el mes de diciembre y le tachó el año, página por página. Debajo de la cama tiene una caja de herramientas con más de 300 piezas y al lado hay un armario, a pesar de que la habitación tiene closet.
Como siempre, el hombre está organizando sus plantillas para zapato en una caja. Tiene una para cada situación. Recientemente ha descubierto que la inserción de plantillas de zapatos deportivos en los mocasines disminuye el tiempo en que se demora en llegar al trabajo en 10 minutos.
Piensa todas esas cosas tan sofisticadas pero ahora mismo está en toalla. Regresa a sus plantillas, para terminar de clasificarlas y archivarlas en orden. Todos saben que no podría llegar lograrlo del todo porque siempre deja una pieza mal puesta. Así puede volver al siguiente día a hacer lo mismo. Es cuestión de encontrar una excusa que él mismo se crea. Le tiene fe ciega al error de último minuto.
Concentrado en sus plantillas el calendario deja pasar la hora de llegada a su oficina. Las mira por última vez, casi sonriendo. Se termina de vestir, sólo le quedan faltando los zapatos. Va a la cajita y la cierra. Luego va al armario gigante, tampoco se ve lo que hay adentro y la coloca con cuidado en su altar de lego, sacando antes dos cajas iguales, las cuales coloca en el piso, para organizarla mejor y luego regresando las dos cajas que había sacado. Cierra, se levanta y se pone los zapatos. Sale, la cámara se queda filmando la habitación vacía. Regresa y pone la toalla que había dejado sobre la cama en un gancho y la cuelga. Se mira los zapatos. Se queda un rato ahí. Va al closet y saca unos tenis. No le salen para nada con el traje. Se va así al trabajo.
Va de prisa por la Avenida séptima. Alguien lo sigue. Revisa y evalúa. Es definitivo: Intentan robarlo. Corre. Se aleja del ladrón, que tiene un machete. Rápidamente le saca unos diez metros de distancia. El ladrón intenta corretearlo pero nunca logra superar esos 10 metros. Le demuestra que ni en éste, ni en ningún universo paralelo, lo va a agarrar. El ladrón se rinde y se aleja despacio, mirándolo. El tipo lo sigue, el ladrón se da cuenta y lo persigue. El tipo ha creado una barrera de velocidad de 10 metros, impenetrable. El ladrón intenta irse pero el tipo lo sigue. Cuando saca el machete y lo persigue éste corre, siempre manteniéndose a diez metros. Esta secuencia sucede otras dos veces.
Entonces Pedro Pablo toma unas piedras. Comienza a lanzárselas al ladrón, con bastante puntería. Para poder lanzarle piedras mientras retrocede: Pedro Pablo echa una mirada atrás, memoriza el relieve, y corre de espaldas. El ladrón una vez más saca el machete y hace un intento por alcanzarle. Inútil. Entonces corre de nuevo. El ladrón intenta huir metiéndose a la loma baldía que hay junto al consulado suizo. El tipo lo persigue, entre la manigua el ladrón intenta llegar a la punta de la loma. Mira atrás y siente que Pedro Pablo lo sigue entre los arbustos, pero no puede verlo. Comienza a recibir proyectiles en la cabeza. Cae. No ve de dónde viene el ataque. La pedrada final lo deja inconsciente. Pedro Pablo va, lo ata a un árbol de guayaba y le pinta la cara de payaso. El hombre es un quiere dejar un mensaje claro: nadie jode a un contador público y se va con la cara limpia.