
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Contradicción es una afirmación y una negación que se oponen una a otra y recíprocamente se destruyen (DRAE). De ahí que la afirmación del Secretario de Tránsito (Cali al aire, 7am/03/01/2013) lo sea al decir que está de acuerdo con un Sistema Integrado de Transporte, pero que primero hay que terminar el MIO. Pasa por alto que integrar es constituir un todo y completarlo con las partes que faltan. En este caso, prever su integración con el tren de cercanías, a manera de un Metro por el corredor férreo, y con los carros, al empatar el par vial de la 25 y 26 hacia el Norte, para agilizar la circulación a lo largo de la ciudad y recuperar espacio en las vías transversales, para alimentar el tren, pues los buses ya los tiene, incluyendo a los “viejos” que hay que integrarlos al MIO y sustituirlos poco a poco.
Y en estos días de la falacia del automóvil, una ciudad sin andenes es una contradicción. A diferencia de las de antes, ya no se puede caminar por la mitad de las calles, invadidas por carros y motos, aunque aún los caleños insisten, acostumbrados a ello en el campo y los pueblos de donde muchos han llegado desde mediados del Siglo XX; y como aquí no existían o no son suficientemente anchos, pues difícilmente se podía enseñarles a ir por ellos. Y no ya una contradicción, sino una locura, es pensar que se puede cruzar por puentes peatonales en cada esquina la barrera urbana debida al MIO. Sus carriles únicos para los buses no cuentan con suficientes pasos peatonales ni con semáforos sincronizados. Barrera que reemplazó –que vergüenza- lo que quedaba de los ocho kilómetros de alameda de la Calle Quinta.
Finalmente, es fatal la contradicción de pensar la movilización de los ciudadanos por un lado y la ocupación y uso del suelo por otro, pues precisamente son las dos partes esenciales de un todo: la ciudad. En Cali se perdió, va para un siglo, el fundamento de que una ciudad es formada por edificios para habitar y calles y plazas para circular y encontrarse. Venía de las ciudades coloniales en las que traza, construcción y uso eran parte de la cultura, como la lengua. La invasión de los carros, que desplazó a los peatones, el desarrollo de la construcción, que permitió edificios muy altos, y el cambio de paradigma, de la compacta ciudad europea al suburbio norteamericano, acabaron con esa tradición. Y ahora, el negocio del suelo y la construcción, hacen difícil la verdadera planificación que se precisa.
Como dice un lector: “La constitución del 91 le ha dado las herramientas jurídicas a los ciudadanos para que defiendan sus derechos vulnerados y unos organismos para que regulen y controlen las actuaciones de los funcionarios públicos. La Democracia no es una mera palabra de abundante uso en el léxico cotidiano, ella se hace real cuando se ejerce a través del uso del derecho y en su medida evoluciona. Si esta columna es una ventana a la denuncia de aquel aspecto público como es la ciudad, todos quienes [la] leemos y quien la escribe estamos OBLIGADOS a emprender acciones reales y efectivas para prevenir y defender nuestra ciudad. Las entidades profesionales de arquitectura están allí como la Democracia, presentes pero sin ejercer porque nadie les exige nada y nuestra voz no es más que un lamento” (El País, CIVICO, 9:25pm 03/01/2013).