
Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Como dijo Lewis Mumford hace décadas, hay que entender las ciudades como el escenario de la cultura, y que su progreso depende de atraer personas inteligentes y permitir que colaboren entre si al encontrarse en calles, plazas y parques, mercados, cafés, restaurantes, bibliotecas, museos y centros culturales, como pide el economista Edward Glaeser (El triunfo de las ciudades,2011). Es decir, se trata de mejorarlas y evitar que crezcan tanto y tan rápido como Cali. Por eso, el reto de las ciudades intermedias a lo largo del valle del río Cauca es seguir siéndolo.
De ahí que sus POT hay que entenderlos como una normativa derivada de un diseño urbano arquitectónico, como lo reclamaba Jane Jacobs (Muerte y vida de las grandes ciudades, 1961 ), mediante concursos públicos por sectores, pero con los mismos jurados para garantizar su coherencia con la ciudad toda, y usar y no apenas conservar el patrimonio construido de interés cultural. Justo lo contrario de lo que pasa ahora: volúmenes y espacios desordenados e individualistas producto de normas e interpretaciones independientes entre sí.
La traza ortogonal de nuestras ciudades, la mejor de las estudiadas por Sibyl Moholy–Nagy (Urbanismo y Sociedad, 1968), obliga a recuperar espacialmente sus calles, plazas y parques para que –precisamente- faciliten el encuentro. Volver a las fachadas paramentadas, y sin voladizos corridos. Disponer de los retrocesos incompletos (muelas) para construir. Hacer andenes amplios, llanos y arborizados y con pasos pompeyanos, dejando las calzadas únicamente con los carriles que puedan tener en todo su recorrido, lo que además evita los “cuellos de botella agilizando la circulación, y dar preferencia a las bicicletas y al transporte público.
Con respecto a la propiedad privada del suelo urbano y la obsolescencia programada de las nuevas construcciones, de que habla Eduardo Galeano (Me caí del mundo y no se como entrar, 2013), usar la plusvalía de los edificios en altura en los vacíos dentro del perímetro urbano, y valorar la inversión en trabajo, materiales, agua y energía de lo ya construido. Agregar pisos para re densificar en lugar de demoler para construir, y evitar el consumismo de lo “nuevo”. Cobrar a carros y motocicletas el uso de las calles. No extender mas los servicios y recorridos, y hacer vivienda pública de alquiler para facilitar que la gente viva cerca al trabajo.
En últimas, los POT deben buscar para el Valle un sistema de ciudades sostenibles, principiando por almacenar el agua de las lluvias y reciclar las servidas, tanto en casas y edificios como en los espacios urbanos públicos. Y volver a usar el río Cauca para el transporte y recreación, lo que recuerda Germán Patiño (Herr Simmonds y otras historias del Valle del Cauca, 1992). Pero también aprovechar mejor el clima benigno de la comarca y sus casi 12 horas diarias de luz natural, y buscar lo (verdaderamente) bioclimático y la eliminación del “ruido ajeno”, que es, con la “fealdad” y la inseguridad, lo peor de las grandes ciudades.