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espiritualidad

Segundo Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia

Héctor de los Ríos, 26 April, 2014

Por Héctor de los Ríos

Vida Nueva

El encuentro con Jesús resucitado:

La alegría de la fe en medio de la Comunidad Pascual

San Juan 20, 19-31

“Nunca dejes que nada te llene de tanto dolor o tristeza que llegue hacer que te olvides del gozo de Cristo resucitado”

(Madre Teresa de Calcuta)

“Trae tu dedo: mira mis manos. Trae tu mano y métela en mi costado.

Deja de ser incrédulo y hazte creyente”

En una de las antiguas exhortaciones de la liturgia greco-ortodoxa leemos:

“Esta es la Pascua felicísima, la Pascua del Señor, la Pascua santísima. Abracémonos mutuamente con alegría, ya que ella ha venido a remediar nuestra tristeza… Es hoy el día de la Resurrección; resplandezcamos de gozo, abracémonos, llamemos hermanos aún a los que nos odian, depongamos toda clase de resentimientos en atención a la Resurrección del Señor…”

El pasaje del evangelio de este domingo, tomado de Juan, nos dice cómo se llega a esta alegría. Vamos a explorar éste y otros elementos de la experiencia pascual en un relato que es verdaderamente grandioso: la aparición de Jesús resucitado a su comunidad tanto el primero como el segundo domingo de Pascua.

Efectivamente, se trata de un relato que se desarrolla a partir de diversos itinerarios internos:

· Del miedo a la alegría  – Del oír al experimentar

· Del ver al creer – Del recibir al dar – Del creer al testimoniar

Tal es la progresión a la cual el relato de estas dos apariciones de Jesús resucitado nos permite asistir.

Entremos en el relato decantando sus elementos más significativos.

El primer domingo se va abriendo paso

En la oscuridad de la madrugada María Magdalena había encontrado el sepulcro vacío (Juan 20,1). Durante el mismo día, la Magdalena se había convertido en dos ocasiones en mensajera del acontecimiento: la primera vez para informar sobre la tumba vacía y la segunda como enviada de Jesús resucitado para anunciarle a la comunidad que “hemos visto al Señor” y transmitirles sus palabras.

En medio de los dos anuncios de la mujer e inicialmente impulsados por ella, el Cuarto Evangelio nos narra la ida de Pedro y el Discípulo amado a la tumba vacía. Allí el Discípulo amado “vio y creyó” a partir de la observación de los signos. Si con la Magdalena tenemos el modelo del anuncio pascual, con el Discípulo amado tenemos el modelo de la fe pascual.

Pero el relato ahora avanza hacia el culmen del primer domingo pascual: ese mismo día, “al atardecer”, el Resucitado viene personalmente al encuentro de sus discípulos. El cuarto evangelio insiste en que estamos aún en el “primer día de la semana”.

El estado inicial en que se encuentra la comunidad se describe así: “…Estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar en que se encontraban…”. Jesús los encuentra con las puertas cerradas: todavía están en el sepulcro del miedo y no participan de su vida resucitada.

Esta es la primera vez que se le manifiesta como Señor Resucitado a su comunidad. Se realiza entonces al interior de la comunidad primera el camino de la fe pascual.

El primer encuentro de Jesús resucitado con su comunidad.

El primer encuentro de Jesús resucitado con su comunidad tiene dos momentos:

(1) Jesús se manifiesta a su comunidad en cuanto Señor resucitado.

(2) Jesús les comparte su misma misión, su propia vida y su propio poder para perdonar pecados.

Jesús se manifiesta a su comunidad en cuanto Señor resucitado (Tres acciones realiza Jesús: se pone “en medio de ellos”;  les da su paz: “La paz con vosotros”;   les hace ver las marcas de su crucifixión: “Les mostró las manos y el costado”.

Y la reacción no se hace esperar: “Los discípulos se alegraron de ver al Señor”.

La presencia de Jesús resucitado suscita paz y de su alegría. Estos son los dos grandes dones el Resucitado.

El primer don fundamental del Resucitado es la “paz”

El primer don fundamental del resucitado es la paz. Tres veces,  Jesús insiste en esto.

Jesús se las había prometido en sus palabras de despedida: “Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde”.

Ahora, cuando ha alcanzado su meta y ha sido glorificado, en cuanto vencedor del mundo  y en su ir al Padre, Jesús está en condiciones de “dar” la paz anunciada.

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