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Sonidos, olores y tacto

Benjamin Barney Caldas, 27 September, 2014


Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Si bien las formas son las que primero emocionan en la arquitectura, pues la vista periférica es la más importante en el sistema perceptivo, nos sentimos forasteros ante los escenarios contemporáneos en los que se elimina la percepción que se tiene de ellos, pues además de la visión, intervienen sonidos y olores, y los tres son una prolongación del tacto.

Como dijo George Berkeley, el célebre filósofo irlandés, ya en el siglo XVIII, “la vista necesita de la ayuda del tacto, que proporciona sensaciones de solidez, resistencia y protuberancia; separada del tacto, la vista no podría tener idea alguna de distancia, exterioridad o profundidad, ni, por consiguiente, del espacio o del cuerpo”, lo que es evidente.

Son las diferentes intensidades de los sonidos las que producen emociones en los edificios y espacios urbanos. Se oyen silencios, murmullos y ecos producidos por el agua, el viento, la lluvia, los pájaros, las pisadas y las voces. Por lo tanto el control relativo pero deliberado de su origen, volumen, eco, reverberación y resonancia es parte de la arquitectura, igual que se convierten en música los ruidos naturales incluidos en la música; o que en Cali la bulla se volvió ciudad.

Los malos olores, por su parte,  pueden ser molestos, en ocasiones mucho, o causar rechazo, afectando la calidad de vida de la gente, por lo que pueden ser considerados como una forma de contaminación ambiental. Finalmente, el tacto permite percibir cualidades de los objetos como la presión, temperatura, humedad, aspereza, suavidad, dureza y demás.

Como Juhani Pallasmaa, opina (Los ojos de la piel: la arquitectura y los sentidos, 2005), la importancia del tacto para la mejor experiencia y comprensión del mundo pone en cuestión la hegemonía del sentido de la vista. Pero ya desde el Renacimiento se creó una jerarquía de los sentidos, desde el más elevado, que es la vista, al más bajo, el tacto, relegándolo así al último lugar. Pero aquí ciegos que somos lo mas elevado es el ruido.

Y la arquitectura actual, dice él, se ha limitado a tratar de agradar sólo a la vista dejando de lado los otros sentidos y, pese a su creciente crítica en contra, no ha sido fácil volver a una arquitectura de los sentidos, como la hicieron Mies, Le Corbusier, Kanh, Wright, Aalto, pero igualmente Barragán o Salmona, y menos ahora cuando además la tecnología separa aun más todos los sentidos, y ahora se oye la música pero no se ven los músicos.

Vista y oído son socialmente privilegiados y los otros sentidos se consideran privados. Mas la arquitectura genera impresiones indivisibles, y no se experimenta sólo con visuales aisladas sino que es una experiencia completa. A partir de nuestras propias experiencias y conocimientos se debe crear una arquitectura que exprese pensamientos y razones pero igualmente olores, gustos o texturas que han surgido con el tiempo, concluye Pallesmaa.

A lo largo del proceso de proyectación es necesario tener en cuenta todos los componentes que hacen posible la emoción, por lo que es preciso estudiar el cuerpo humano y la mente.  Para que cuando alguien conozca una obra le recuerde a cosas vividas y experimentadas antes. Es el nexo entre el “yo” y  la cultura a través de los sentidos, lo que insisten en impedir los que siguen demoliendo el patrimonio construido de Cali.

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