Por Héctor de los Ríos
Vida Nueva
La curación de un leproso
San Marcos 1, 40-45
El relato que leemos en este domingo sexto del tiempo ordinario, el último de la serie de milagros inaugurales, presenta a Jesús en el máximo de su reconocimiento en Galilea: “Acudían a él de todas partes” Precisamente uno que viene donde Jesús, acercándose de forma imprudente, es un leproso. El relato está lleno de emociones, construido a partir de movimientos, con fuertes contraposiciones coloreadas con ricas evocaciones simbólicas. La emoción se siente de comienzo a fin.
El relato se va moviendo pausada y gradualmente hacia el momento cumbre en el que aquel había sido marginado convoca, con el testimonio de su curación, la Galilea entera ante el Maestro Jesús.
La obra de Jesús es insuperable: sea por la grandeza de la obra que realiza como por la multitud de personas que atrae. El Hijo de Dios supera a los grandes hombres de Dios que conocíamos en el Antiguo Testamento.
El leproso considerado “impuro”, o sea, lejos de la comunión con Dios, así lo señala la normativa del libro del Levítico. La causa: la enfermedad era considerada un castigo de Dios. El relato de Marcos parece insinuar que la lepra es un flagelo demoníaco (notemos que Jesús actúa como en un exorcismo: Un hombre valiente –o quizás atrevido- que rompe las reglas poniendo en peligro de exclusión social y religiosa a Jesús. Un hombre que comprende lo que le ofrece la Buena Nueva de Jesús: el poder de Dios puede sanarlo.
La manera como el leproso implora su sanación contiene todos los elementos de una oración propiamente dicha. Lo hace en forma gestual y en forma verbal, pero expresando en el fondo una gran convicción.
“Compadecido de él, extendió su mano, le tocó y le dijo: ‘Quiero; queda limpio’”. El “Quiero” está ambientado desde un gesto que proviene de un sentimiento, de la profunda sintonía entre el sanador y el sanado. “Le despidió al instante prohibiéndole severamente:
‘Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio’”. 45Pero él, así que se fue, se puso a pregonar con entusiasmo y a divulgar la noticia, de modo que ya no podía Jesús presentarse en público en ninguna ciudad, sino que se quedaba a las afueras, en lugares solitarios.
El pasaje termina de forma inesperada. El hombre sanado no acepta restricciones y desobedece la orden de Jesús: “Divulga la noticia”. El mandato dado “severamente” no consigue reprimir el “entusiasmo” de esta persona. Puede decirse que Jesús puede controlar la enfermedad pero no el corazón del hombre.
El efecto se hace notar enseguida. Es doble:
Ahora el marginado es Jesús Jesús debe quedarse fuera de los centros urbanos, “en lugares solitarios”. Esto puede entenderse de dos maneras: Ahora es él quien está en la situación del leproso: éste sería el doloroso costo del servicio. Jesús quiere mantener el propósito del secreto que había pedido: no quiere populismo.
El pasaje termina con una especie de aclamación coral, pero sólo con gestos, que proclama la grandeza de Jesús en la sanación realizada. La predicación se vuelve testimonial y no se restringe a un solo aspecto, ni a un solo lugar ni a pocas personas, sino a “todos” (. ¡Este es el ideal de la evangelización!
De la experiencia del leproso aprendemos que el Dios de Reino predicado por Jesús es poderoso y que se la juega toda por nosotros. Indudablemente Él es superior a todas las fuerzas y poderes. Ahora bien, cuándo y de qué modo esto suceda, debemos dejarlo determinar por él.