El Jodario
Por Gustavo Álvarez Gardeazábal
Todos mis lectores, desde ‘Cóndores no entierran todos los días’ hasta los oyentes y los que siguen esta columna diaria, saben que nací en Tuluá (como Faustino Asprilla y Poncho Rentería). En esta ciudad no solo fui alcalde por elección popular en dos oportunidades, sino que sigo viviendo en ella y libro sin miedo batallas por su progreso y tranquilidad.
Por eso, tal vez me ha llenado de satisfacción volver a ver, desde hace tres semanas los viernes y sábados, las calles y los rumbeaderos llenos y la gente alegre y parrandera gozando de la cordialidad. No fue sino que cogieran a Porrón y desbarataran su banda de extorsionistas para que todos volvieran a salir después de casi cuatro años de terror.
Pero hoy viernes la satisfacción es mayor. A la misma hora, diez de la mañana, inauguran un par de obras que demuestran que cuando se quiere se puede y que por encima de la guerra y la delincuencia está la voluntad y el afecto por el terruño.
En esta mañana se inaugura la EPSA, las dos hidroléctricas en la cuenca del río Tuluá, que producirán 40 megas y que tuvieron que ser reconstruidas cuando ya casi estaban listas porque hace dos años la guerrilla las voló.
Y, al mismo tiempo, en inmediaciones del casco urbano y superando extorsiones y amenazas, inauguran la más grande planta de concentrados para aves del Valle del Cauca por parte de los dueños de Huevos Oro, los avicultores que tienen más de 5 millones de gallinas ponedoras sueltas en galpones y han impuesto la moda de sacarlas de las terribles jaulas.
Como me siento tan provinciano, pero tan batallador frente a la magnitud de los problemas, todavía me vibra el orgullo de haber nacido en mi pueblo.
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