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¿Por qué me fui de Cali? ¿Por qué me quedo en el carámbano?

Vinci Andrés Belalcazar, 2 July, 2011

Por Johan Arango

El corazón de Cali, tremendamente fortalecido por la presencia de santos en su eje principal, se derrite en un proceso lento y tortuoso. Moribunda ciudad que cree estar moviéndose al ritmo de salsa. Los muertos también se mueven, dice el Señor Rigor Mortis y su tío el ATP. “Gracias por todo” dice un cartel en la clavícula de la ciudad. Clavícula que parece extenderse hacia el oriente cuando ve salir el sol cada mañana, tratando tocar esa luz que se esconde en las tardes en las montañas, porque se ha dado cuenta que no puede obtenerla con la ayuda de sus habitantes y, mucho menos, por sí misma.

San Pedro, San Bosco, San Francisco, San Bartolomé, y muchos más que no puedo recordar, se incrustan en el motor de la ciudad. Miles de trabajadores se levantan y encomiendan su día al santo de turno, así como lo hacen y se les permite a los sicarios, comerciantes de drogas, ladrones, prestamistas con revolver, contratistas corruptos, abogados sin ética y políticos sin escrúpulos. Así salen, acompañados y seguros de que hoy va a ser un buen día. 

Las nuevas máquinas de color celestial que bombean dinero en esta ciudad están protegidas, a lo largo de su recorrido, por una banda de santos y sus estatuas, que han monopolizado la panorámica de la ciudad con su inmovilidad e inutilidad. Sólo sirven para que estas miles de personas pasen sus manos derechas por su frente, pechos y hombros. Es un impulso más para seguir y cada vez más necesario para dirigirse al portón de la realidad. Finalmente, todos se bajan de ese bus con temperatura controlada para ser reciamente golpeados por la verdad que hierve la sangre y funde la razón. 

Casi se me olvida un santo importante. San Nicolás, sí exacto, donde está la Policía ¡Qué nulo! La obesidad no se combate tomando tres batidos al día de un producto X, hay causas, atácalas. 

Hace un calor bárbaro, una mañana entera comiendo mojones para llegar a un mediodía suicida. Es la hora en las que un caleño regular siente gotas de sudor bajando por las axilas sin importarle mucho, así es todos los días y eso no cambiará. Sueñan con un aire acondicionado pero están forzadamente satisfechos con un improvisado abanico, hecho con un periódico viejo, que al estirarlo dice en su titular del último viernes de Abril “Cali mejora sus condiciones para atraer inversión privada”. Otros más vulgares, vistiendo sus pantalonetas simplemente airean sus gónadas, mueven la pierna en dirección del ventilador en la sala o se acercan disimuladamente al refrigerador donde están las bolsas de leche. En el extremo sur, especialmente, algunas mujeres caminan en sandalias y desean llegar intactas a la pasarela de la universidad, es decir, el pasillo de entrada, hacen un gran esfuerzo para lograrlo al igual que sus homónimos masculinos que suben el volumen de la radio para sentirse mejor, como diría Rubén Blades en esa canción que escuchamos centenares de jóvenes desocupados y desempleados [y por supuesto sin dinero] que tuvimos que redefinir el concepto de fiesta y reducirlo a sentarse en un andén con música a todo volumen en la casa de un viejo morboso o, peor aún, en la de uno tacaño y abusivo. Y aún así, convencernos que es lo mejor que podemos hacer en una noche de fin de semana. 

Hay que sacrificarse y le doy crédito especialmente a la muchacha que va en sandalias y al joven que pasa treinta minutos planeando su lista de reproducción para sorprender a sus compañeros de clase en su carro con aire acondicionado. Es un sacrificio. Sacrificar lo más básico de tu humanidad para volverte una gran marioneta. Sí, eso es lo más triste que le puede pasar a una persona y por eso requiere mucha valentía. Es perderlo todo. 

Hace un calor tremendo y Cristo Rey envía rayos UV con los dedos de su mano izquierda a la gente de Normandía y a su derecha, a los que se esconden en los arboles del campestre. Pero como siempre, es inútil. Ellos pueden comprar bloqueador y construir casas que los protejan. No corre la misma suerte el occidente, lastimosamente debajo del recto de algún señor. Así es pues. Los excrementos los han arropado y nadie quiere verlos con detalle. De vez en cuando con una lupa, para provocar un incendio forestal. Nos queda el oriente y así como Superman, Cristo Rey y ese rayo laser que sale de sus ojos proyecta las llamas en las que se levantan y se acuestan los habitantes de esa zona. Hace calor y es mucho más caliente cuando el fuego viene en capsulas con pólvora que explotan en pechos, nucas y cabezas diariamente. 

¿De verdad crees que un mayor número de policías va a arreglar esta situación? Ve y sigue repartiendo ese maso porque esta mano no salió muy buena, si las sigue barajando de esa manera sólo va a ganar el mismo viejo avaro. 

Sí, lo sé, no he respondido por qué me fui de Cali y mucho menos porque persisto en quedarme en el carámbano habitado por ocho millones de esqueletos sincronizados. Y no voy a dar una respuesta. Esta pregunta es tan fácil de responder que no merece mucho tiempo ni muchas palabras para explicarlo. Siempre es lo mismo. Trabajo, estudio, algo que simplemente no te lo ofrece la ciudad donde vives. Como puedes ver lo he reducido a pocas palabras sin necesidad de hacer comparaciones regionalistas en las que juzgo la frialdad de chiquitines; el hollín que embetuna mi cara diariamente; la banal existencia de algunos personajes que viven en una zona demarcada y sólo se atreven a salir de ella para llegar al aeropuerto; la hipocresía con la que tus compañeros de trabajo te tocan el hombro; el atractivo acento de muchachos que hablan con una goma de mascar en la boca o los atractivos movimientos de saltimbanqui que enloquecen a miles de hombres de mujeres poseedoras de caderas y senos de otro mundo. ¿Sí ves?, podría estar hablando de cualquier lugar. 

Ves, es muy sencillo. Somos humanos y nuestra estupidez siempre nos llevará al mismo lugar. Los mismos problemas presentados de manera diferente, en diferentes canales, con diferentes adornos, con diversas expresiones genéticas pero siempre conservando el constante desangre de lo que tenemos.
Muchos paramédicos intentan parar la hemorragia pero nada parece estar dando resultado. 

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