Por Benjamín Barney Caldas
Una buena ciudad es ahora indispensable para poder tener una buena vida, incluso para la vida misma, pues sin ellas no cabemos en el único planeta que tenemos. Ya somos siete mil millones en él, hay que recordarlo. Pronto seremos cincuenta millones los colombianos en el mismo millón largo de kilómetros cuadrados. Es decir, apenas dos hectáreas por cada uno. Y pronto seremos tres millones en Cali pero la mayoría aún no sabe en qué consiste una buena ciudad, y ni ellos ni sus padres ni mucho menos sus abuelos conocieron y ni siquiera saben algo de cuando esta era una mejor ciudad casi un siglo antes. Tenemos que explicárselo todo a todos todos los días: cómo era Cali en la primera mitad del siglo XX, antes y después de los Juegos Panamericanos de 1971 y, por supuesto, cómo es de verdad ahora.
No hay una segunda oportunidad sobre la tierra: deberíamos querer una buena ciudad aquí y ahora. Tenerla se volvió prioritario, y por eso mucha gente se autoexilia buscándola cuando no puede mejorar la propia o no sabe cómo. Probablemente no hay familia viviendo en Cali que no tenga uno o varios miembros o conocidos viviendo en otra parte, en Colombia o en el exterior. Pero si partir es morir un poco, quedarse no pude ser vivir apenas. Y autoexiliarse hacia adentro, refugiándose en la casa propia en los suburbios, en el conjunto cerrado, en los centros comerciales o en el club para el fin de semana es una forma de autismo urbano: un repliegue patológico de la vida en la ciudad sobre la vivienda misma, el suburbio, el conjunto cerrado, el centro comercial y el club, todos seudo-buenas ciudades.
Sólo tenemos una vida y una ciudad, en la que vivimos, pero en Cali la mayoría desconoce en qué consiste una buena ciudad y no valoramos suficiente lo que aún tenemos de bueno en la nuestra, que es de pronto mucho más de los que solemos pensar, pero menos de los que nos quieren hacer creer, lo que es no apenas paradójico sino preocupante. Por eso es tan importante conocer ciudades y desde luego mejor si son buenas ciudades; pero comportándonos como viajeros y no apenas como turistas para poderlo descubrir. Documentándonos y estudiándolas comparativamente con la nuestra y entre ellas, para que al regreso, que es lo mejor de los viajes, como repetía Don Agustín Nieto Caballero, fundador del Gimnasio Moderno de Bogotá, quien viajaba mucho, podamos mejorar nuestra ciudad y nuestra vida en ella, o al menos vivir en el intento.