Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
Lo urgente de lo sostenible deberá lograr que la arquitectura de nuevo sea bella y eficiente como fue la edilicia de siempre en todas partes. Los nuevos profesionales, formados en las universidades deberán buscar que las técnicas apropiadas para una arquitectura sostenible los lleven a nuevas formas coherentes, en lugar de inventárselas caprichosamente como en la arquitectura espectáculo, o falsamente ecológicas como en mucha de la vendida como “verde”. Para principiar, lo construido debe durar mucho y ser fácilmente adaptable a nuevas distribuciones y usos, como también para su mantenimiento, remodelación a fondo, o el reciclaje final de sus materiales si es del caso. Y su construcción, uso y mantenimiento debe consumir el mínimo de agua y energía y generar el mínimo de contaminación, sobrantes, escombros y desperdicios.
El ejemplo a seguir es desde luego la arquitectura tradicional, tan bien adaptada a su clima, paisaje y tradiciones, que hay que reinterpretar conceptualmente. Comenzando por la conservación y estudio de este patrimonio construido y su adaptación a nuevas circunstancias, reinterpretándolo conceptualmente, y no su demolición, innecesaria en la mayoría de los casos, para dar paso a la imitación de la arquitectura espectáculo. “Lo innecesario se vuelve feo” es la certera afirmación del arquitecto finlandés Älvar Aalto (1898-1976), que recuerda Willy Drews, ex decano de Arquitectura de la Universidad de los Andes (La República, San José, Costa Rica, 03/2003), lo que es fácilmente comprobable en la arquitectura actual que pretende estar a la moda aprovechando que cualquier disparate se puede construir.
Y en el valle del río Cauca el ejemplo, no el modelo, son las casas de hacienda y urbanas coloniales y de tradición colonial. Desde el emplazamiento de las primeras en las laderas de las cordilleras, o en un pequeño alto en el “plan”, siempre cerca de una quebrada. O con patios y solares las segundas, que así remplazan el paisaje natural con la infinita vista del cielo estrellado y el Sol y la Luna llenándolos de luz. Su uso es tan sencillo como practico, espacios cerrados (recintos) o apenas cubiertos (corredores), amoblados según las necesidades del día o la noche, y sólo especializados cocinas y baños. Su económica construcción es de materiales del lugar (piedras, arena, tierra y madera) para elaborar componentes (adobes, tejas, ladrillos tablones, vigas, bolillos y pasamanos) en el sitio, y conformar elementos ya probados por el uso (muros, techumbres, suelos, barandas, puertas o ventanas), utilizando poca agua y energía. Así, lo necesario se vuelve bello.
En conclusión, es urgente replantear a fondo la enseñanza de la arquitectura en las universidades, como ya lo advirtieron hace años en Colombia el historiador y crítico Germán Téllez, ex profesor de Los Andes (habría que cerrarlas para poder abrirlas de nuevo bien) y Willy Drews (la enseñanza de la arquitectura es igual en todas partes y deficiente) quien además señala la necesidad de una ética del diseño: “La de disponer el orden adecuado de los volúmenes, espacios y recintos de los edificios, el manejo óptimo de los materiales, mano de obra y presupuesto disponibles, la satisfacción de las necesidades, aspiraciones y posibilidades de los clientes, la eficiente adaptación al clima, y el respeto del entorno, la ciudad, su historia y su paisaje, buscando el beneficio común y cumpliendo las normas.”