Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.


Sin remedio hay que recordar que al menos cinco grandes peligros acechan al mundo y por ende a las ciudades en las que, hay que repetirlo, ya viven mas de la mitad de sus siete mil millones de habitantes. Son, la sobrepoblación (ver <http://www.census.gov/popclock/>), como no, el consumismo, la obsolescencia programada, el cambio climático, y el terrorismo que incluye la inseguridad que se comprueba todos los días en cada una de las páginas de los periódicos, y en la televisión a colores en vivo y en directo.

Y en países como Colombia, donde ya viven en las ciudades casi tres cuartas partes de sus habitantes, a la inseguridad se suma la atarvaneria en sus calles, la agresividad de los conductores, especialmente los motociclistas, y la idiotez de tantos peatones. Y el irrespeto de esos propietarios e inquilinos que hacen con lo construido en las ciudades (incluso con su patrimonio cultural inmueble) lo que se les da la gana, como en Cali, ante la inaudita falta de control y la corrupción de la administración, a buena hora denunciada por el Alcalde.

La sobrepoblación afecta a las ciudades no apenas por el volumen del incremento si no por su rapidez, generando, como es el caso extremo de Cali, deficiencia en los servicios públicos, escasez de agua para sus acueductos y problemas eternos de movilidad y de mal comportamiento de sus habitantes en los espacios públicos, incluyendo el vandalismo, robos y atracos, afectando la calidad de vida de todos.

El consumismo es, desde que existen, algo propio de las ciudades, ahora victimas, además, de la publicidad engañosa, presente por doquier, comparadas con el campo. A lo que se suma la obsolescencia programada, incluyendo la de sus barrios, que pasan de moda, y los edificios y casas, que no se renuevan sino que se demuelen para construir de nuevo y así, cada vez en periodos mas cortos. Mientras en ciudades como Cali su centro se desocupa su perímetro verde se ocupa.

Y debería estar claro que el evidente cambio climático, generado por la sobrepoblación, el consumo de combustibles de origen fósil y de productos no renovables, junto con la obsolescencia programada de los mismos, está generando eventos climáticos extremos y llevará a la subida del nivel medio del mar desplazando numerosas poblaciones, lo que presumiblemente producirá muchos costos y conflictos.

Finalmente, del terrorismo, con acceso a armas y explosivos cada vez mas potentes, y que puede conducir a una nueva guerra internacional, hay que decir que es lo mas inquietante mas no lo mas importante. Lo es el infierno que pueden ser los demás a toda hora todos los días, no quedando mas que refugiarse en la lectura. “Medicina del alma” decía a la entrada de la Biblioteca de Alejandría (Virgilio Ortega, El fascinante juego de las palabras, 2016, p. 159) en lo que seguramente estaba de acuerdo Nicolás Gómez Dávila.

Ayuda a entender todo lo dicho leer a Carreño: Manual de urbanidad y buenas maneras, 1853 o 1859, el Manual de civismo, 2014, de Camps y Giner,  La cultura de las ciudades, 1938, de Lewis Mumford, La ideología social del automóvil, 1973, de André Gorz, Una herencia incómoda, 2014, de Nicholas Wade, Culturas híbridas, 1990, de Néstor García-Canclini, Iniciación a la filosofía para los no filósofos, 1967-1978, de Louis Althusser, Entre las sombras, 1935, de Johan Huizinga, de Jared Diamond Sociedades comparadas, 2015, y, claro, De animales a dioses 2014, de Yubal Noah Harari. Y novelas, como Sumisión, 2015, de Michel Houellebecq.