Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
"El presidente tiene la facultad de redactar la pregunta que se le dé la gana" dijo el Presidente en Caracol Radio, y pregunta el plebiscito: ¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera? Evidentemente no es una pregunta sencilla ni clara, como sostiene el Presidente, pues se puede estar en contra del Acuerdo precisamente por querer la paz. El plebiscito es sobre el Acuerdo no sobre la paz, pues ¿quién no la prefiere aparte de los que negocian con armas? Porque otra cosa son los que buscan que los dejen en paz para seguir con sus muy rentables negocios ilegales y violentos.
El caso es que, al contrario de la premisa que plantea William Ospina (El Espectador 15/04/2016), quien afirma que “si hubo una guerra, todos delinquieron, todos cometieron crímenes, todos profanaron la condición humana, todos se envilecieron”, lo que parece evidente es que se trata de simple carencia de justicia (la gran mayoría de los colombianos no ha secuestrado, ni asesinado, ni hecho terrorismo) y de la corrupción que su ausencia genera, pues como cojea tanto tarda mucho o no llega. Como señala el abogado Fabio Humar (El País, Cali 23/06/2016) “no nos gusta aplicar la ley”; se acata pero no se cumple, se repite aquí desde la Colonia.
Si gana el SI, los votos por el NO serán un llamado de atención a la fiscalización de la puesta en práctica de lo acordado; pero si gana se podrá lograr un acuerdo mejor, sin tantos “sapos” ni “micos”, o las FARC volverán a sus andadas, como ya lo anunciaron, dejando en claro, ojala de una vez por todas, que las críticas al Acuerdo no son infundadas, y en las que ahondan Mauricio Vargas (El Tiempo 04/09/201016), Javier Ortiz (El Espectador (04/09/2016) y Luis Guillermo Restrepo y Rafael Nieto Loaiza (El País, 04/09/2016). Hay que pensarlo antes de votar con el deseo, pues peor que la “guerra”, que ni siquiera lo es de verdad, es una paz de mentiras, y por supuesto es prudente preguntarse si bastará con quitarles la armas a las FARC como concluye Antonio Caballero (Semana 04/09/2016).
Sobre todo qué será menos malo para las ciudades, de las que nada se dice en un Acuerdo que pretende abarcar todo el país. Un país que ha cambiado diametralmente desde que se inició la Violencia a mediados del siglo pasado, cuando la mayoría de los colombianos vivían en el campo, pero que hoy es justamente lo contrario: la mayoría viven en las ciudades. Será que, como decía Cicerón (107 a. C-43 a. C): "Tal y como son los que se dedican a la cosa pública así suelen ser los demás ciudadanos", porque lo grave es que unos y otros se han olvidado del campo, lo que se facilita en un país cuya historia ha estado tan dividida por su geografía.
En palabras del “forista” cuentosdeaguablanca (El (des) Acuerdo, El País 01/09/2016) “somos los mas alejados de la guerra y sus efectos quienes vamos a decidir si ella continua o no”. Y aunque no es una guerra propiamente dicha (la forma más grave de conflicto socio-político entre dos o más grupos humanos), es peor vivir por años en medio de una lucha que primero fue una revuelta subversiva que llevó al paramilitarismo y ahora está mezclada con la violencia que genera el narcotráfico, el temor es que el Acuerdo engendre mas conflictos. Pensaba Trotsky que “el fin puede justificar los medios en la medida en que exista algo que justifique el fin” y en este caso es la paz; “algo es algo” se suele repetir, pero ¿cual paz?