Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.


Como señala el abogado Fabio Humar (¿Se firma la paz? El País, Cali 23/06/2016) “no nos gusta aplicar la ley”. Y ni siquiera nos enteramos que existe, que es lo que está pasando con el patrimonio construido de la ciudad. Como en San Antonio, desde los que pintan paisajes o lo que sea en las fachadas, pues, independientemente de su pertinencia temática y calidad estética, las normas indican colores planos y claros; hasta los que sin permiso y a escondidas demuelen del todo las casas para poner parqueaderos; pasando por los que ponen locales, oficinas o restaurantes sin la autorización respectiva; o que circulan en contravía o se estacionan enfrente de los garajes o generan ruido ajeno.

Si bien toda manifestación cultural “implica una aspiración “ como dijo Johan Huizinga (Entre las sombras del mañana, 1935, pp. 38 a 41) “exige imperiosamente el mantenimiento del orden y la seguridad” y agrega que “solo en la conciencia humana, la función de cuidar se convierte en deber.” Hablando apenas un par de años antes de la Segunda Guerra Mundial, concluye que “hay exceso de palabras impresas o lanzadas al aire, y una casi incurable divergencia de los pensamientos. En torno a la producción artística se ha cerrado el circulo vicioso, dentro del cual el artista depende de la publicidad y, por tanto, de la moda; y estas dos, a su vez, del interés comercial.”

Y, como casi todo, llega tarde a esta ¿ciudad? tan grande y tan reciente, que insiste en no aplicar leyes y normas permitiendo demoler lo que queda de su patrimonio construido. Se ignora lo que representa para una mejor convivencia en compañía de otros individuos que son afines y que comparten cosas en común. Y si bien, como dice Huizinga (p. 67) “en la cultura moderna lo mas general es hacer que otros canten, bailen y jueguen por uno“,  el paso de la edilicia de constructores  tradicionales a la arquitectura de profesionales mal formados, fue peor: una ciudad hecha por otros…y para otros. Como señala Huizinga “los conocimientos mal digeridos estorban el buen juicio y la sabiduría” (p. 70).

La imagen colectiva, que varias generaciones comparten del espacio urbano de su ciudad, constituye una memoria que les permite identificarse con su hábitat, allanando su convivencia y hasta su seguridad, facilitada por un control social sobre la calle común de gentes que viven como vecinos de vieja data que se saludan y cuidan entre si respetando la vida privada de todos, como aún sucede en barrios tradicionales como San Antonio, donde precisamente pueden compartir imágenes y tradiciones. Es “el conflicto entre el conocer y el existir” del que habla Huizinga (p. 89) y que considera “punto central de la civilización”. “No cabe duda de que siempre hay que crear cultura para conservarla” ya había dicho (p. 35).

El caso es que, como lo señala el abogado Humar a propósito de la paz, nuestro patrimonio construido se salvará cuando “las sanciones sean serias, sean severas a quienes incumplen las normas […] cuando decidamos no negociar“. Cuando el Ministerio de Cultura respete los conceptos sobre el patrimonio construido de la comarca emitidos por el Concejo Departamental de Patrimonio Cultural del Valle del Cauca. Asunto que como casi todo en este Estado centralista se decide en la capital, interpretando a su manera la Ley y pasando por alto que es un país de regiones. Urge precisar la ley 1185 de 2008 para evitar que el futuro del patrimonio local se decida en Bogotá.