Por Leonardo Moreno

Licenciado en Literatura y Profesional en Estudios Políticos de la Universidad del Valle.

En La insoportable levedad del ser, una de sus mejores obras, Kundera nos plantea que la Historia es “un boceto dibujado por la fatal inexperiencia de la humanidad”. Me adhiero a dicho planteamiento, el cual me resulta revelador e indiscutiblemente pertinente en la coyuntura política que hoy embarga a Colombia: después de más de cinco décadas se firma un acuerdo de paz con el más antiguo de los grupos guerrilleros en Latinoamérica. Las expectativas, de uno y otro bando, de los que se encuentran a favor y de la oposición, son considerables. Todos nos preguntamos qué le espera a nuestro país, cuál será el rumbo de la política, la economía, y finalmente de la sociedad.

El juego de las hipótesis que expone el escritor checo no ofrece una respuesta; por el contrario nos recuerda la imposibilidad para conocerla. Hoy se firma un acuerdo de paz; este acuerdo tendrá unas consecuencias, positivas y negativas, que sólo con el transcurso de los años iremos conociendo (y padeciendo). Pero nunca, jamás, podremos saber qué hubiera sucedido si tomamos la decisión contraria (si las partes nunca se hubieran sentado a dialogar, si el presidente Santos hubiera respetado el resultado del plebiscito o si el Gobierno hubiera insistido en la confrontación armada… y las múltiples combinaciones y variables de tales circunstancias). Las expectativas más inquietantes son claramente las de la oposición y, en particular, aquellas relacionadas a la elegibilidad política. Muchos (me reconozco entre ellos) tememos que algunos de los futuros desmovilizados, ya incorporados al sistema político, pretendan imponer sus ideas de izquierda y nos lleven a una hecatombe ya conocida en latitudes cercanas.

Si bien el juego de las hipótesis no nos permite conocer a priori el resultado de nuestras decisiones, y el contraste entre lo que pasó y lo que pudo haber pasado es sólo un “divertimento” de la imaginación, lo que sí nos permite es acudir a la memoria universal. Sin necesidad de citar nombres propios (ya bastante desgastados en comparaciones), es fácil concluir que la humanidad ha puesto el poder en manos de personas de múltiple procedencia: exmilitares, exguerrilleros, civiles… o visto obligada por el uso de la fuerza a someterse a dictaduras de derecha y de izquierda. Todos estos escenarios presentan particularidades, siendo imposible definir a unos u otros de manera genérica como perversos o benévolos. Nuestro propio país es un ejemplo de ello, y los desmovilizados del M-19 hoy integran las filas de múltiples bandos.

A partir de tales consideraciones se impone una sensación de incertidumbre. No sabemos (nadie lo sabe, ni siquiera sus protagonistas) cuál será el camino político que tomen los desmovilizados, ni mucho menos el impacto que puedan generar en la sociedad: el gobierno de un exguerrillero de izquierda se puede transformar en una dictadura o en un ejemplo de humildad y carisma. En contraste, lo que conocemos, lo que mínimamente hemos podido experimentar, son las consecuencias positivas del cese al fuego bilateral: el número de heridos y muertos se redujo considerablemente. Esta condición nos lleva a inclinarnos por una de las alternativas (igualmente impredecible como su contraria): la firma de la paz (o, en las actuales circunstancias, la renuncia a una oposición intransigente y el apoyo a lo que pronto será un hecho mediante refrendación del Congreso).

Me reafirmo en mi postura escéptica: considero que un guerrillero desmovilizado que alcance un cargo de poder puede generarle ingentes daños al país, pero también es cierto que podrían ocasionarlos personas de izquierda que nunca pertenecieron a un grupo alzado en armas, o un militante de derecha de cualquiera de los partidos políticos hoy constituidos. Aun así, esos escenarios solamente hacen parte del juego de posibilidades que nos plantea Kundera, un juego donde cualquier decisión es impredecible y se puede tornar en nuestra contra. Si es necesario tomar una decisión, apoyemos la firma de los acuerdos de paz, que al menos hasta el día de hoy ha presentado los efectos más positivos.

No es mi intención hacer un llamado a la credulidad; Colombia debe tomar una decisión, y debe hacerlo ya, sin más obstrucciones. El camino que nos espera es incierto, y aun así no podemos evitarlo por siempre. La democracia en nuestro país, a pesar de sus debilidades, ha funcionado adecuadamente desde hace un buen tiempo: ese es el panorama en el cual debemos sosegar nuestras inquietudes. La zozobra de hoy deberá ser combatida mañana a través de las instituciones, el voto popular y una constante veeduría ciudadana. Si se cumplen tales condiciones ninguna iniciativa autoritaria, cualquiera sea su procedencia, podrá imponerse.