Benjamín Barney Caldas,
Especial para Caliescribe.com
Una buena administración desde luego debe promocionar el desarrollo de la base económica de su ciudad, de la mano de las organizaciones empresariales pero no a su servicio. Ni demagógicamente con el prurito de que hay que generar empleo a como dé lugar. El que se asienten en la ciudad empresas que generen empleo depende de la ciudad misma en tanto que artefacto. De su facilidad de transporte, de sus servicios públicos y por supuesto de su calidad de vida, tanto como de agilizar los trámites burocráticos sin propiciar abusos y corrupción que es lo que permitimos ahora. Es el caso lamentable del barrio Granada y lo que se pretendió hacer con San Antonio. Igual que la política, las ciudades propiciaron el desarrollo de la economía, pero ahora vemos como el capitalismo salvaje desbarata nuestras ciudades, y la que más, Cali.
Lamentablemente hacer puentes en donde no existen ríos ha sido la práctica preferida de nuestros alcaldes populares, pero ni siquiera lo hacen para lograr impulsar las economías locales sino para los “negocios” de toda índole que conllevan y que permiten recuperar lo “invertido” en sus campañas y devolver los favores recibidos. Todo debido a la falta total de un plan pese a que son múltiples los que se han hecho, pero cada uno por su lado y con frecuencia desconociendo los anteriores y sin considerar simultáneamente los demás que se adelantan al mismo tiempo. Como, por ejemplo, el plan para el centro global que nuevamente se difunde como la gran noticia el que ya se va a realizar, cuando lo pertinente sería actualizar el que se hizo hace unos años pero que todos desconocen.
Es decir, no existe un plan global e integral de obligatorio seguimiento, que genere planes parciales y se revise periódicamente, y que dure indefinidamente. Y por supuesto esta gravísima situación se debe a que no hay una idea de ciudad compartida por todos los ciudadanos, lo que se entiende en la medida de que no lo son a cabalidad: la mayoría son recién llegados a la cultura de las ciudades geográfica o históricamente cuando no ambas cosas. Es la Torre de Babel que se reinicia cada cuatro años sobre las ruinas que dejó la anterior. Y lo tienen que hacer de afán e improvisadamente pues no cuentan sino con cuatro años, y los proyectos anteriores poco les sirven pues pertenecen a otras clientelas, a otros compromisos electorales, a otros negocios, a otros negociados.
El resultado es fatal pues ni logran mejorar la base económica de su ciudad ni terminar bien y a tiempo las obras emprendidas, ni hacer las que realmente necesitan los ciudadanos. Como lo ha dicho, el reconocido economista chileno Manfred Max-Neef, la economía está para servir a las personas y no las personas para servir a la economía, y progreso es si uno tiene mejor calidad de vida y no cuántos edificios se construyeron, ni cuantos carros se vendieron, y que debemos repensar nuestras adquisiciones, reducir los consumos, reutilizar lo usado, y reciclar lo desechable. De nosotros depende nuestra calidad de vida y la de los que nos siguen. La destrucción global del medio ambiente, por un capitalismo basado en el consumo y la obsolescencia programada, es probablemente el desafío económico más difícil que enfrenta una buena administración.
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