Llegué temprano. Eran las 6 A.M y ya había 5 pelados haciendo la fila. No había otros letreros informativos que un letrero amarillo en la puerta que anunciaba que habría a las 8 y daba las pautas de una especie de sistema de pico y placa para el ingreso del personal. Dice que por mi número de cédula debo regresar el siguiente jueves, que es el día en el que los 6 y los 7 pueden entrar. No hay nada que hacer. Así que le pido que me dé la lista de los papeles que debo traer para poder hacer empezar el proceso. La lista es la siguiente:
Primero, regresé a mi casa y busqué unas fotocopias viejas de la cédula, que tenía guardadas para un caso como éste. Estaban en un cuaderno de Fido Dido que encontré en la biblioteca. El registro civil lo guardaba en el mismo cuaderno, que terminó siendo algún tipo de archivador. Tuve que ir al centro para el resto de las vueltas. El registro de no propiedad lo dan en el primer piso de CAM. Justo frente al río las apacibles oficinas de catastro pasan la tarde con poca afluencia de público. Hago la fila de dos personas y el funcionario me da un papel que debo cancelar en unas cajas que quedan también en el CAM.
Una vez terminado esto me dirijo el Instituto Agustín Codazzi, el cual parece una edificación abandonada. Cuando uno entra y ve los servicios que se prestan y el número casi nulo de personas que estaban esperando por algún papel entiende que este instituto debe sacar por lo menos la mitad de sus ingresos de caja menor de este requisito. El valor es de casi 20.000 pesos, los cuales se cancelan ahí mismo. Hay que decir que este trámite es un monumento a la eficacia: todo el procedimiento, incluyendo entrar, preguntar, pagar, recibir y salir no toma más de 5 minutos. No hay fila en lo absoluto y la señora tras el vidrio se pega la aburrida de su vida. Muy bien, por hoy he terminado.
Sólo me falta el acta de grado u otro comprobante de que estudie y me gradué del bachillerato. El problema en mi caso es que el colegio del que salí ya no existe. ¿Qué hacer en ese caso? Pues acudir a la secretaría de educación a preguntar. Allá me dicen que los registros mi difunto colegio están en una escuela en el barrio Caldas. Así que me dirijo hacia allá, gastando otros 1500 pesos. En el lugar me informan que el señor que atiende a los huérfanos de mi colegio sólo viene un día a la semana, si le ponen cita y hay que llamarlo primero. No hay forma más tediosa de gastar una semana que en esto. Los que algún día tengan que sacar este papel me darán la razón. Por ahora llamo al tipo que me indica que debo esperar dos días a que me haga los papeles, argumentando falta de ganas y pobreza de espíritu y no sé qué más.
Dos días más tarde el señor me llama y me dice que mis 5 certificados están listos. ¿Para qué 5 si sólo presentando el de 11 se infiere que se cursaron y aprobaron los otros cursos? A 50 mil pesos sale el chiste. 10 mil por certificado. Le dejo saber que de ninguna forma pagaré tal suma, ya que me está dando 4 certificados de más, innecesariamente. No tengo dinero y no lo voy a pagar, él dice que tampoco tiene, casi aceptando tácitamente que estaba buscando ganar unos pesos de más, que le vendrían muy bien ahora que su colegio ha quebrado. Como la libreta es obligatoria, todos se aprovechan de la situación y empieza la feria de los especuladores financieros. El que guarda el agua y la vende 5 veces más cara en sequía. Sin muchas ganas le pago el billete y reúno los documentos en una carpeta.
Así regreso al batallón el jueves, para encontrarme con un escueto letrero que dice que los distritos 16 y 17 están cerrados, que la gente está en Bogotá, en instrucción. ¿Instrucción de qué? No se sabe. Así que pierdo una semana más. El siguiente jueves regreso tipo 8 de la mañana y entro por fin. Ya pasando el primer cordón de seguridad hay que hacer una fila que conduce a donde un recluta sentado en una sillita frente a una mesa despintada. El tipo es el que le dice a uno en qué distrito quedó inscrito. A mí me tocó en el 16 y hacia allá enfilo. Son las 8 A.M y llevo ya 3 horas acá. Mientras me dan el recibo para pagar la cuota de compensación (más 80.000 de la libreta en sí) me alcanzo a ver dos veces “Amigos con derechos”. Al fin a las 2 de la tarde tengo en mis manos, digo, tengo el recibo en mis manos.
Al margen de todo esto, habría que preguntarse si un papel (la libreta militar) que es indispensable para todo varón que quiera firmar un contrato laboral o graduarse del pregrado en la universidad, deba estar en manos de una institución que está en guerra y que, continuamente, debe trasladar su personal a otras zonas del país, lo que deja a la gente sin una respuesta clara de cuándo es que va a poder sacar su libreta militar.