El personaje
Por Jaime Corrales
Quien ecribe estas líneas?
Es algo que me aterra… inevitable. Estimado Jhon, lo diré francamente, no eres un escritor sobresaliente. De hecho, no alcanzas a notable, ni siquiera agudo, polémico, fluido, sagaz o entretenido, con dificultad alcanzarías el epíteto ‘legible’. Disculpadme, pero no eres un buen prosista, eso se evidenció desde tus primeros cuentos, por no mencionar poemas que acertadamente dejaste en el cajón, o sin traer a colación los ensayos periodísticos que infamaron las imprentas.
«¿No estás siendo un poco severo?»
Lamento decir que no. Para la muestra, la forma como me caracterizaste siendo tu personaje principal:
«Wallace es un furioso joven que fuma marihuana después de hacer el amor, tiene un tic en el ojo derecho y últimamente, piensa que la vida es como un piano cayendo en el vacío».
Mierda, “¿q u é – e s – e s o?” ¿Es esa la forma de describir a un personaje como yo? Si yo soy un ‘tipazo’ nada de pianos cayendo ni esas mierdas.
«Perdón, traté de ser metafórico, poético.»
¡Qué va! Tanto te demoraste para encontrar esa imagen manida, cincelando ese adjetivo cliché, y no mencionaré ya, los lugares comunes ni las inocencias mal atribuidas. Y cómo empezaste tu última novela, con una especie de broma, ¿No?
«“Hay cosas de dios… y cosas del demonio… (Así como con las mujeres) pero ninguna de ellas tocaron con fervor mi humanidad»
¡Por dios! ¿Acaso pensaste que la referencia religiosa le daría peso a esa frase ambigua y a esa puntuación dudosa?
Todo esto para contarles que soy un personaje novelesco abusado largamente en una serie de publicaciones baratas. Ahora que puedo, cuando Jhon carga la defensa baja, diré que no estoy a gusto con el tratamiento dado a mi historia, este técnico hidráulico de instituto (léase plomero), este maniaco de los bares venido a escritor, es un lunático que devastó mi vida, si es que así se pudo llamar a esa suma de sucesos absurdos y bloopers que me ha dado por suerte. Querido lector, serás testigo de mi pena.
El tipo empezó prometiéndome que las cosas irían bien, pese a mis problemas, al final mi vida brillaría. Saqué mi historia a flote, me liberé de sus falanges verborréicas y eché a volar su truculenta imaginación, cualquiera habría hecho una obra de arte con mis vivencias. Logré casi sin su ayuda, unas cuantas líneas memorables, cualquiera sabe que un personaje con fuerza logra lo que un talento en ciernes no alcanza.
Pues bien, para abultar la trama, este fabulador me hizo conocer dos divinas mujeres, cada una, a su manera más hermosa que la otra. Lógicamente me enamoré perdidamente de ambas.
«Eso no era acaso lo que pedías, algo de ‘acción’»
Cual si de un juego macabro se tratara, he tenido que luchar por ellas como no te imaginas, descubriendo en mi interior una dualidad que se acerca mucho al homosexualismo o la necrofilia. Mi impotencia sexual no habría sido un problema si ellas no se me ofrecieran lascivas en los recodos de cada capítulo.
«No, fuste tu que lo echaste a perder acosándolas al tiempo, desde la segunda página».
Sí, pero en el tercer capítulo me haces caer en la droga, en el cuarto, soy mendigo, en el quinto, matan a mi mamá. ¿es esto justo? ¿Al menos, verosímil?
«No empecemos con ese cuentico de lo ‘verosímil’ que ya sabes que mi editor me tiene hasta aquí pidiéndome prosa ‘leible’, al estilo de un Truman Capote, vendible como una de J. K Rouling, pero con la profundidad de digamos, una Virginia Wolf y con la frescura y dinamismo de un Carver o un Chever. ¡Joder, qué tipo de ensalada de escritor quiere el tipo que termine siendo yo, entiéndeme!»
Siempre te haces la víctima Jhon. Como explicas que después de ser aprendiz de mafioso, 40 paginas más adelante quede en la quiebra, y que mis mujeres me abochornen frente al cadáver insepulto de mi madre.
«Una escena de desamor y celos cae bien en cualquier gran obra, tú mismo lo aceptaste».
Ni hablar! Eso dejémoslo para los novelones romanticones de los que te dejas influenciar; las charlas tipo Hamlet con cráneo y todo dejémoselas a los maestros ¿Qué acaso leíste a Rulfo? «Leí un poco de su poesía, , creo…»
Como ven, este es un estólido, un afásico, un nabo, en suma, un ‘escribidor’ cuya única herramienta es torturar personajes indefensos como yo, y a ustedes, desocupados lectores, a través de mí. Una vez me confesó que su estrategia ante la aterradora hoja en blanco era hacer experimentos literarios. Ponerme en situaciones límites con digamos, una discusión con una puta y un traficante libanés a descubrir qué hacía yo, a ver cómo me las arreglaba con un tipo irascible que te podría matar con un masmelo. «Bueno, reconozco que ese episodio no salió muy bien.»