Destapamos sin romper
En una esquina del barrio los Andes Laura Puerta instala un toro mecánico. Por nada del mundo le pueden hacer conejo con la venta de tiquetes. Dos perros criollos y su madre cuidan la entrada. Le preguntan: ¿Qué pasó con el gusanito de 10 vagones? ¿Qué invertebrado montan ahora los niños? Laura levita en el alquitrán de sus pulmones. Repite la tabla del 2. Siempre da par, aclara. ¿A quién le debe plata esta mujer? ¿Quién recibe sus facturas? ¿Cuánto gana por hora azotando pubertos contra la lona? Ya quisieran todos los que observan tener acceso a estas respuestas, a estas preguntas. Pero nadie reflexiona al respecto, de hecho, según una encuesta jamás realizada, el 23 por ciento de los habitantes del barrio no saben que las preguntas en español se abren con un signo que se parece al que cierra pero al revés.
Erre. Confirmo. Hay una tractomula tosiendo en un semáforo. Erre
Solo hay algo más temido que una gonorrea resistente a la penicilina para los taxistas que hacen el turno de la madrugada: Un guarda de tránsito con insomnio y un exceso de compromiso con el trabajo. Camilo González cuenta que bajaba del Parque del Perro en contravía. Cuando llegó a la 5ta se le atravesó un tipo en una camioneta blanca. Pitó y putió. Lo del repertorio, nada raro. El de la camioneta no se espabiló. Así que Camilo le aceleró por el lado. No se le llevó puesto el retrovisor de chimba pero le tumbó el cigarrillo al conductor. Metros más adelante notó que la camioneta lo seguía. Se detuvo. Vio bajarse un tipo que rápidamente se desprendió de una chaqueta. Ese caramelo era del tránsito, como se veía venir. Lo hace regresar tres cuadras en contravía para que le compre una cajetilla de Kent en uno de los estancos frente al estadio. Empaca los 19 restantes en un comparendo y lo entrega. Un hombre justo.
Fantabuloso
Así pasa la tarde en Cali, un calambre en el cielo escrito con ese. Los niños superdotados que nunca se detectaron regresan con sus cometas de octubre. Esperaban por las corrientes oceánicas pero se les atravesaron los farallones. Cazan luciérnagas por costumbre pero aún no es de noche, así que se conforman con hormigas cachonas. Las ponen en una botella de Fanta, de durazno, que hurtaron del museo de envases de vidrio con tendencia fálica que cerraron el año pasado los del SENA, argumentando que “eso no era ciencia”. Uno de ellos, Mauricio Guzmán Sierra, de 14 años, trata de comprobar si el bicho pica o muerde. Se asesora en google, pero ante la incapacidad de escribir correctamente “hormiga mordelona” recurre al empirismo. El dictamen es contundente: Es un completo idiota.
Zona metropolitana de Yumbo
Hubo un fuerte mercado de recreadores gestándose en el barrio el Sena. Funcionó hace años en el sector una oficina que reclutaba desadaptados, basuqueros, tímidos de todas las raleas y onanistas que hablaban mejor Ubuntu que español para proyectos recreativos. ¿Qué es exactamente un proyecto recreativo? Pues nada menos que el movimiento de manos de un ex estudiante de ingeniería agrícola en Palmira que determinó, tras largos estudios seudo científicos, que la opción financieramente más rentable para pagar su postgrado en la Complutense era la recreación empresarial con tintes de auto ayuda. El capital inicial no le da para contratar psicólogos varados así que apunta sus baterías hacia el margen porcentual de desempleo juvenil. Plaga los diarios locales con este anuncio:
“¿Eres joven y te gusta la diversión? ¿Quieres saltar en paracaídas? No te podemos ayudar con lo segundo pero sí que te enseñamos a pasarla bien”
Y cierra con una onomatopeya que no transcribo porque no me da la gana. Como podemos ver, guarda esa vieja tara estilística de creer que el voseo es menos elegante. No pasa una semana y ya tiene 26 candidatos. Gracias a su extenso cabildeo en la junta de acción comunal consigue asegurarse un espacio de lunes a viernes en el polideportivo. Trágicamente el fútbol mata a los payasos y a los titiriteros. 21 patanes de guayos en aluminio se plantan en la cancha y a los prospectos de mimo les toca asilarse en las zonas verdes. Así que se van junto a la telefónica. Un parque vulgar, guardando sagradamente las proporciones caleñas, les espera.
Empiezan sus ejercicios de respiración, el lavado de cerebro. Esta vez no es para defender una religión o acabar con otra. Aquí lo que quieren es formarse para animar fiestas infantiles. Niños y adultos con el octanaje bajito, pa’ todos hay. Por aquí una calistenia, por allá un golpe de ala. El instructor-dueño se arrodilla y le habla al suelo, grita:
“Hacemos esto por amor a los gorritos de fiesta. Competimos con la tristeza. Pago 500 pesos la hora”
Levanta la cara: Está solo en el parque. En el planeta de los simios las ruinas de un Cristo Rey de arcilla nos demuestran que realmente nunca quitamos la jungla.