Ella esperaba al tipo sentada en una matera. Se había ubicado frente a la puerta por donde llegaría. Esperó horas y llenó 3 sudokus. Los japoneses sólo saben hacer manimoto. No encontró ni una sola sopa de letras. Esperó 14 minutos más. Entonces lo vio llegar. No le importó. Le gustaba más esperarlo que hablar con él. Así que siguió esperándolo. Y mientras lo hacía iba imaginado. Nada importaba ahora que se habían terminado sus parches de nicotina: el vacío que sentía no era en los pulmones sino en los labios, se dio cuenta que su adicción no era la de fumar sino la de sostener algo en la boca, o la de apretar algo contra su boca. Así que le dio besos a todos los objetos que encontró en un radio de 4,12 metros. Nada. Reemplazó el cigarrillo con un copito de limpiarse las orejas. Nada de eso tampoco, se dijo después: debe ser algo más masculino, un tornillo del eje de una tractomula, o una salchicha vienesa disecada. Así funciona el mundo ahora que nos ven desde los satélites, ahora que nos vigilan a todos. Debemos ser rudos. Debemos bautizar a nuestros hijos Jack o John. Se levantó, ya cansada de esperar a ese tipo que ya había llegado: se despidió con algo parecido a un reclamo: "¿Por qué llegaste?, ahora no puedo seguir esperándote"
El portero intentó darle la mano para bajar las escaleras, ella lo ignoró y corrió a la mitad de la calle: lanzó un zapato al cielo. Como vio que no regresó pensó que le había dado a algo y lanzó el otro, esta vez con furia. Algo estalló entre las nubes. Ja. Le di, gritó en coro con ella misma. "Le di a esa maldita, le di y ahora sí va a ver". A su lado cayó el ala de algo que volaba allá arriba ¿Adónde fue dar el resto? Ella pensó que seguramente había ido a dar a la terraza de su tía Eleonora. Debe estar muy encabronada, hoy era día de lavar la ropa, hoy iba a ponerle nombre a sus matas, hoy iba a descubrir que los vecinos tienen un elefante con retardo mental guardado en el patio. Pero nada de eso iba a pasar ya: "puedo vivir con eso" pensó ella. Con los cubiertos que llevaba en la maleta cortó un pedazo del ala, decidió probarlo:
"mmm, sabe a mendelevio"
Apretó el trozo de metal entre los dientes y tomó rumbo hacia su casa. No conseguía recordar el camino pero supuso que era una de esas cosas que finalmente soluciona el tiempo. Y así fue. Había llegado a su casa sin zapatos. Como no podía dejar de notar que estaba descalza raspó un poco de lo que había recogido en las plantas de los pies con una cuchara. En un tarrito de loción vertió una muestra. Se lo envió a un amigo que vivía en Minsk. Químico orgánico, modelo de sombreros, siempre le ayudaba en casos como éste. Tal cual: media hora después recibió un correo electrónico: su amigo le ofrecía un detallado informe de cada sitio en el que había estado y la hora exacta. Ella sintió un repentino temor, estaba dejando mucho rastro: de ahora en adelante se lavaría los pies antes de dormir. Habiendo decidido esto puso la varita de mendelevio frente a la puerta: Solo hay un hombre en el mundo capaz de seguir el olor del mendelevio a puro oído. Intentó dormir, pero la duda ya estaba sembrada: ¿Cuántos días iba a esperar a ése que ya se había imaginado?