San Mateo 25,31-46
Este es el último domingo del año litúrgico y la Iglesia celebra la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. En la página del Evangelio de Mateo que leemos en la Misa se nos presenta la conocida escena del juicio final, con la cual Jesús concluye el discurso final, que es el último de los cinco discursos que pronuncia en este Evangelio. Se trata, por tanto, de la última enseñanza de Jesús; después de esto comienza el relato de la pasión. Es el texto del Evangelio más apto para ser leído en el último domingo del año litúrgico. Por otro lado, este es el único texto en que Jesús se atribuye a sí mismo –al Hijo del hombre- explícitamente el título de rey. Ciertamente esta circunstancia influyó para que la Iglesia ubicara la solemnidad de Cristo Rey en el último domingo del año.
A muchos llama la atención el hecho de que todo el juicio final dependerá de nuestra conducta con el prójimo y que no se contempla nuestra conducta con Dios. Para este juicio parece no examinarse el cumplimiento del primer mandamiento. En realidad, Jesús nunca quiso separar el segundo mandamiento del primero, y aquí los une de manera magistral; nadie los habría podido unir de manera más estrecha: une en un mismo acto de amor el amor a él –primer mandamiento- y el amor al prójimo –segundo mandamiento-, de manera que el amor al prójimo tenga como móvil el amor a él, que es nuestro Dios y Señor: “Cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron”. Todo nuestro amor a Dios se debe volcar en el amor al prójimo.: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). Sin el amor al prójimo no hay amor a Dios. El amor a Dios se expresa y se hace concreto solamente en el amor al prójimo.