Por Guillermo E. Ulloa Tenorio

Economista de la Universidad Jesuita College of the Holy Cross en Estados Unidos, diplomado en alta dirección empresarial INALDE y Universidad de la Sabana. Gerente General INVICALI, INDUSTRIA DE LICORES DEL VALLE, Secretario General de la Alcaldía. Ha ocupado posiciones de alta gerencia en el sector privado financiero y comercial.


La figura de la relección ha sido aceptada en la mayoría de los estados democráticos en razón a la complejidad de proyectos de desarrollo económico, social y políticos que requieren mayor permanencia de la institucionalidad presidencial. Podría considerarse que cuatro años son demasiado cortos para poner en funcionamiento las reformas propuestas desde una plataforma electoral con visión de largo plazo.

Colombia estreno la figura, al relegir a Alvaro Uribe, quien a diferencia del actual mandatario, ostentaba una apabullante favorabilidad en las encuestas. No así el actual Presidente Santos, quien en las recientes encuestas, ha marcado una tendencia a la baja en sus niveles de aceptación e incremental en su desfavorabilidad.

La democracia colombiana enfrente un reto sin precedentes para las próximas elecciones presidenciales.

No podemos olvidar que Juan Manuel Santos jamás había sido probado electoralmente previamente a su campaña presidencial anterior. Había mantenido un distanciamiento con el electorado y sus posiciones en el alto gobierno eran producto de su influyente linaje, cercano a la vida política nacional durante el siglo pasado. La imposibilidad de otro periodo presidencial, para quien había sido su último mentor, facilitaron su escogencia y fue reconocido como su digno sucesor. Sin embargo pese a este gran respaldo la votación de primer vuelta fue inferior a la mayoría requerida y ganó en segunda vuelta agrupando los partidos tradicionales en lo que se conoció como unidad nacional.

Después de tres años de gobierno el país observa que sus plataformas electorales están lejos de ser realidad. Las diferentes iniciativas de desarrollo socio-económico, plasmadas en su Plan de Desarrollo, “Prosperidad para todos”, apenas despegan y algunas, evidenciadas en los recientes paros y marchas nacionales, han fracasado. Si bien es cierto el país ha mantenido una estabilidad económica, resultante de las exportaciones de hidrocarburos e inversión extranjera, la brecha de inequidad y desigualdad social poco se ha cerrado. Aunque las estadísticas gubernamentales de empleo formal muestran mejoramiento, el empleo informal y sub empleo que percibimos difieren de ese patrón. El impulso en obras de infraestructura mantiene su ritmo paquidérmico, como se evidencia por la doble calzada al puerto de Buenaventura. La política de vivienda sin costo, más que un detonante para el sector de la construcción, se convirtió en tribuna populista. Poco progreso en materia de salud, educación y satisfacción de necesidades básicas, especialmente en las zonas rurales, se ha evidenciado.

El peligro, incertidumbre y encrucijada de tener candidato presidente empieza hacerse notorio. Políticas de estado, de gobierno, de estabilidad democrática y sus consecuentes estrategias para beneficio de la patria se empiezan a mezclar, fusionar y confundir entre lo que debe ser agenda de gobierno y la agenda electoral. 

Desafortunadamente para el país, las plataformas electorales releccionistas, se empiezan a vislumbrar sobre temas de soberanía nacional. Nuevamente y para infortunio del país el argumento de diálogos de Paz se convierte en escenario electoral.  En los prolongados diálogos de paz se inicia la medición del pulso de la inmediatez de resultado que requiere el gobierno (o el candidato) y la eternidad con que la guerrilla invariablemente ha afrontado el tema. Igual y  equivocadamente la estrategia de defender la zona de mar Caribe ante el fallo de las cortes internacionales se empieza a perfilar, contrariamente a la institucionalidad de la soberanía nacional, en discurso electoral.

Específicamente en estos dos temas la nación clama por una tranquilidad negociadora en vez de un acalorado debate electoral que puede causar profundas y nefastas consecuencias para el país.

La encrucijada releccionista no solamente es de nuestro candidato presidente, sino de todos y cada uno de los colombianos.