Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


El Jarillón ha evitado las inundaciones, pero como señala el arquitecto Juan Marchant, irresponsablemente se urbanizó en Aguablanca en terrenos blandos que se inundaban, susceptibles de licuación y corrimiento lateral, y sin las normas de sismo-resistencia requeridas. Como están por debajo del nivel medio del río, aparecieron los canales de aguas servidas y gigantescas estaciones de bombeo que funcionan permanentemente. Las 400.000 familias inducidas a vivir allí y las que están llegando, concluye, tendrían mejor calidad de vida en las ciudades intermedias.

Como dice él, sistemáticamente las autoridades culpan a supuestas invasiones para tapar que la valorización, al convertir tierras agrícolas en (mal) urbanizadas, fue un gran negocio para sus propietarios, pues la plusvalía no se aplicó. De otro lado, los altísimos costos de los servicios públicos, vías y servicios comunales, que asumieron el Municipio y Emcali, es decir con el dinero de los contribuyentes, son incompatibles con la llamada vivienda de interés social; por lo demás, allí lejos de los sitios de trabajo de la ciudad.

Hoy queda un remanente en el corregimiento de Navarro conocido como los ejidos de Meléndez. Son también terrenos inundables que fueron asignados en su momento para pastoreo y de ninguna manera para vivienda. Como propone Marchant, el Municipio debería englobarlos para conservar y garantizar su verdadera vocación, que es la agrícola, adjudicándolos en comodato a instituciones sin ánimo de lucro, para promover granjas destinadas a la agricultura intensiva, como a novedosos y grandes vergeles.

Deberían ser parte del “cinturón verde” que necesita urgentemente la ciudad, pues ya se sabe por experiencia que urbanizar en el valle geográfico es un error económico y un delito ecológico, como dice Marchant. Por eso el “desparrame” urbano, como lo llama, en extensas zonas a las dos orillas del río Cauca, se ha convertido en un gigantesco lastre urbano y social para Cali. Es el imperdonable resultado de no tener políticas claras, integrales y a largo plazo, de ordenamiento urbano y regional, ni autoridad para cumplirlas.

Por supuesto dicho cinturón verde también es necesario a lo largo de la Cordillera Occidental, la que se esta urbanizando, de la peor manera, con edificios altos en hilera que tapan brisas y vistas en los dos sentidos: de la ciudad hacia el piedemonte y de este hacia la ciudad. Lo que es toda una torpeza en los alrededores de los cerros de Cristo Rey y Las Tres Cruces. Finalmente, el cinturón  tendría que completarse con sendas áreas verdes entre Cali y Jamundí, y entre Cali y Yumbo, unidas la ciudad y sus vecinos inmediatos por el Corredor Férreo.

Bien diseñado, uniría la ciudad. Caben el “corredor verde” propuesto ahora, el par vial de la 25 y 26, sendas ciclovías, una autopista urbana y el tren de cercanías, con edificios altos para vivienda a sus costados, comercio en sus primeros pisos, estacionamientos subterráneos, y a todo su largo supermercados, centros comerciales, escuelas y colegios, pues el Terminal, la Estación, y el Cementerio ya están sobre él, y la Universidad del Valle muy cerca. Solo faltaría un Centro de Eventos en la antigua Licorera, y un Parque Central, con lago y todo, en la Base Aérea (Recentrar El Centro,  El País, Cali 22/01/2004).