Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


El diseño de la reforma y ampliación del terminal del aeropuerto Alfonso Bonilla Aragón se esta realizando a espaldas de los que lo van a pagar (el diseño y la obra) con la tasa aeroportuaria y sus impuestos. Ningún gobierno por mas de Santos que sea recibe el dinero del erario del cielo como si fuera maná. Y lo que alegremente ha mostrado la prensa no es un proyecto sino una imagen engañosa para ilusionar ingenuos.

El Director de la Aeronáutica Civil insiste, brincándose las leyes y usos que indican que debería ser un concurso público, en tenerlo oculto a la opinión pública como si hubiera algo que tapar. Y por supuesto lo es el hecho grosero y abusivo de que de nuevo sea el contratista de las obras el que escoge a dedo al arquitecto,  que queda así a su merced, y quien sin asomo de ética profesional firma cláusulas de confidencialidad, pese a que se trata precisamente de una obra pública y auto privándose de los posibles aportes de sus colegas.

Como pasó con las 21 megaobras o las sedes para los Juegos de “palabras”; porque precisamente de eso se trata: juegos de palabras para ocultar que los contribuyentes ponen el dinero, los contratistas hacen el negocio, el que obtienen financiando las campañas de los políticos, y los ciudadanos pagan las consecuencias, incluyendo a los que no pagan impuestos y que por eso creen tontamente que un mal terminal no les cuesta nada.

Porque lo peor es que seguramente en lugar de mejorar el terminal actual, que aunque no es una “pocilga” como afirma el Alcalde de Cali, por supuesto necesita muchas mejoras…pero sobre todo  en su funcionamiento y no apenas algunas en el edificio. ¿Para qué mas casillas de inmigración, por ejemplo, si no se cuenta con suficiente personal para atenderlas? Pero es que lo que se busca es construir mas de lo que se necesita pues ahí está el negocio.

 

O demoler, que es mejor negocio y mas rápido, como pasa con el edifico original de El Dorado en Bogotá, una de las mejores obras de la arquitectura moderna en Colombia y en su momento un referente para la aviación en América Latina, que se va a demoler sin otra necesidad que no sea la de un negocio ya comprometido, pese a la protesta de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, SCA, pues sus supuestos problemas estructurales se podrían remediar como se ha hecho en tantos edificios.

El nuevo terminal de El Dorado tiene mas de tres veces el área del actual y con excepción de las escaleras mecánicas y ascensores, que se multiplican considerablemente, ninguno de sus otros servicios ni siquiera se duplican (El Tiempo, 25/10/2013). Es decir que es innecesariamente grande siguiendo el mal ejemplo del descomunal Terminal 4 de Barajas en Madrid, en el que se incumple la máxima de que un buen terminal debe permitir a los pasajeros el menor recorrido entre el carro o el bus o el tren, y el avión.

Pero claro está que la culpa no es de los contratistas sino de los políticos que los favorecen, y en primer lugar de los ciudadanos que dejan que otros, que venden sus votos, los elijan, votos comprados con la plata que “aportan” a las campañas los contratistas. De ahí la importancia del voto en blanco, que es la única manera civilizada de que en una democracia se pueden disminuir los politiqueros corruptos y aumentar los políticos que de verdad representen a sus electores.