Por Héctor de los Ríos L.
Vida Nueva
El Dios viviente y de la vida
Nos llama a la plenitud de la vida en la resurrección
San Lucas 20, 27-38
Nos acercamos al final de año litúrgico en el cual hemos seguido, cada domingo, el itinerario del evangelio de Lucas. En éste y en los próximos dos domingos, colocaremos nuestra mirada en la meta de nuestro caminar como discípulos y misioneros del Señor, vamos a fijar nuestros ojos en el cielo nuevo y en la tierra nueva que vendrán al final de los tiempos, en el pleno y definitivo encuentro con Jesús.
Por eso hoy, al asistir a la controversia entre Jesús y los saduceos, colocamos en primer plano nuestra esperanza en la Resurrección. No nacimos para morir sino para vivir. La ridiculización que los saduceos intentan hacer de la vida “más allá” de esta vida, le da ocasión a Jesús para afirmar con fuerza y con una gran destreza en el manejo de textos bíblicos aquello que la revelación va desvelando sólo poco a poco: hasta dónde es capaz de ir la fidelidad de Dios con la resurrección es nuestro destino de gloria, no es una simple trasposición de nuestras condiciones de vida actuales: es un verdadero y completo nacimiento a la vida gracias a la obra amorosa del Dios de la vida. En esta fe se alienta nuestra esperanza, encontramos fuerza a la hora de la tribulación y sentimos impulso para hacer todo lo posible de manera que la vida actual vaya en esa dirección.
Hemos acompañado a Jesús en la subida a Jerusalén. Hoy el relato del evangelio nos sitúa en la ciudad santa, en la explanada del Templo, donde Jesús realiza su misión. Al comienzo del evangelio, Jesús, al cumplir sus doce años, había impresionado en este mismo lugar a los maestros de la Ley, “escuchándolos y haciéndoles preguntas”. En ese entonces, “todos los que lo oían se admiraban de su inteligencia y de sus respuestas,” Esto que había sido anticipado en la infancia de Jesús se realiza ahora plenamente, hasta el punto que al final del relato de hoy “algunos maestros de la Ley le dijeron: ‘Bien dicho, Maestro. Y ya no se atrevieron a hacerle más preguntas”.
Las preguntas y respuestas le van dando la dinámica al ministerio de Jesús en el Templo de Jerusalén. En este contexto, asistimos al último diálogo, o mejor “discusión”, de Jesús con sus adversarios. Los últimos de la serie son los saduceos. “Acercándose algunos de los saduceos…” Por primera y única vez en el evangelio lucano aparecen los saduceos. Sabemos de su existencia, pero no es común que aparezcan en los evangelios.
En conclusión: Jesús enseña que la resurrección no es una simple continuación de la vida terrena. La resurrección nos hace “hijos de Dios”, participantes de la vida divina, y por tanto, libres de los vínculos que caracterizan la vida material de los “hijos de este mundo”. Al participar en la resurrección de Jesús, los discípulos participan en el misterio de la filiación divina. Esta no proviene de la generación carnal sino de la resurrección.