Vida Nueva
Por Hector De los Rios l.
Discernimiento, Fe y Testimonio perseverante
Evangelio del domingo 33 del año San Lucas 21,5-19
“Así tendrán oportunidad de dar testimonio de mí”
El ministerio de Jesús en Jerusalén, del cual vimos un apartado el domingo pasado, culmina con el llamado “discurso escatológico”, es decir, la enseñanza sobre el fin.
Nos ubicamos de nuevo en el Templo de Jerusalén. Lucas tiene una novedad: a diferencia del evangelio de Marcos, donde Jesús y los discípulos aparecen fuera del Templo; según Lucas los oyentes se encuentran dentro y el tema de conversación es su decoración interna. Esta ambientación le da mayor solemnidad al pasaje: ante Jesús está un amplio auditorio que incluye a los discípulos y a la multitud.
De todo el discurso que allí Jesús pronuncia hoy leemos la primera sección. Situémonos en él. Leamos despacio y atentamente el pasaje de Lucas 21,5-19: aqui algunos pasaajes:
El dijo: ‘Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: Yo soy y el tiempo está cerca. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato… Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas’.
El discurso de Jesús parece a primera vista oscuro y quizás algo negativo. Pero si miramos bien, notaremos cómo poco a poco va colocando palabras positivas, como si fueran luces discretas en medio de la oscuridad, y esto es lo que en última instancia importa. Notemos esta constante: caminando a través de las crisis maduramos para la plena vida.
Un comentario sobre el esplendor del Templo conduce al anuncio, por parte de Jesús, de que éste será completamente destruido en días futuros.
En principio es una cuestión de apreciación artística. La estética de los arquitectos y el buen gusto de los peregrinos que han dejado allí sus ofrendas votivas es motivo de admiración de residentes y visitantes.
La magnificencia del Templo obedece al gusto su último reconstructor: el rey Herodes el Grande (40-4 aC). En los días del ministerio de Jesús la construcción estaba bastante avanzada, si bien no terminada completamente. Los peregrinos no podían sino quedar boquiabiertos ante semejante edificación, la cual tenía lo mejor en materiales y decoración.
Jesús le hace una réplica a los comentarios de la gente, anuncia un cambio de situación: “días vendrán” para señalar cambios radicales). Lo que la gente ahora “contempla” será destruido: los muros se vendrán al piso, “una piedra no quedará encima de otra”.
El mensaje de Jesús es que no hay que sentirse absolutamente seguro con el hecho de tener Templo (generalmente se espera que los bellos y grandes edificios duren mucho tiempo) porque un día será destruido. Puesto que en la mentalidad judía de estos tiempos se pensaba que el fin del Templo sería uno de los signos del fin de los tiempos, la pregunta sobre la llegada del fin de la historia pasa ahora a ocupar el centro de atención: Jesús es interpelado en calidad de “Maestro”. A él se le plantea la doble pregunta: (1) cuándo sucederá y (2) qué signo inequívoco dará el pronóstico.
En la pregunta llama la atención el plural: “estas cosas”. Esto se debe a que la destrucción del Templo es uno de los eventos distintivos de los últimos días, pero no el único. Por eso el discurso va más allá del asunto del Templo y se explaya en la enumeración de signos apocalípticos que ya estaban en la mentalidad popular. Sobre todo aquellos que tenían que ver con desgracias. Esto no es novedad: siempre que hay calamidades lo primero que se tiende a pensar es en el fin del mundo.
Pero hay un punto importante que no podemos perder de vista si queremos entender el pensamiento lucano: que la suerte de Jerusalén está ligada a la del Templo, que es el signo de las relaciones de Alianza entre Dios y su pueblo. Su tragedia resulta de las vicisitudes comunes de la historia siendo, al mismo tiempo, emblemática de todas las crisis de la humanidad, en la cuales está siempre indicado el comportamiento del hombre para con Dios.
Como se ve en la respuesta que sigue, a Jesús la pregunta por el “cuándo” le interesa poco o nada. El verdadero problema está en ver y comprender en esos acontecimientos (“estas cosas”) los “signos” que remiten a la relación con Dios y a las decisiones más adecuadas que hay que tomar.