Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.
Sin duda ha sido influyente la firma de los TLC en el interés del gobierno y los empresarios por el desarrollo de las ciudades intermedias, pero, como pasa ya con muchos productos del campo, es a favor de Estados Unidos o Europa. De hecho ya se comenzaron a traer estrellas internacionales de la arquitectura, sin muchos encargos allá debido a la “burbuja inmobiliaria”. Es el caso de Richard Meier, Eduardo Souto de Moura, o Santiago Calatrava, pese ha ser el arquitecto mas demandado del mundo, pasando por alto que si hay algo que no se deba globalizar es la arquitectura, la que se debe en primerísimo lugar a los diferentes climas, paisajes y tradiciones locales.
La situación actual de la relación entre ‘Estado, ciudadanía y arquitecto’ en el desarrollo de las ciudades del país, y en especial Cali, es una muy mala, como toca entre un Estado ineficiente y corrupto, una ciudadanía que no es tal pues carece de cultura urbana, debido a su muy reciente presencia en las ciudades, y unos arquitectos que cada vez son mas, pero cada vez con menos ética y mas estética copiada, cuya presencia en las ciudades no es nunca analizada, ni mucho menos apreciada como lo que debería de ser: nada menos que los diseñadores de la ciudad, tal como quería Jane Jacobs (Muerte y vida de las grandes ciudades, 1961) pero que aquí solo piensan en sus edificios y no en la ciudad que construyen entre todos.
El papel del Estado en las ciudades colombianas se puede resumir en que tiene un Ministerio de la Vivienda en lugar de uno de la ciudad, del cual lo de la vivienda sería apenas un viceministerio si acaso. Mientras que el papel de la “ciudadanía” es aplaudir estupideces como “cambiarle la cara a las ciudades”, “hacer obras cualesquiera pero hacer”, y creer en la publicidad engañosa con que le venden costosas y malas viviendas. Y el papel lamentable de los arquitectos es responsabilidad de la proliferación de universidades, a las que les piden un programa de “artes” para reconocerlas como tales, y escogen arquitectura por lo “fácil”, que lo que creen.
Pero la amenaza fundamental a las ciudades es la sobrepoblación. Cada década son mil millones mas, la mitad de los cuales tiene que vivir en ellas. A principios del siglo XIX sólo Londres tenia un millón de habitantes. A principios del XX ya había tres ciudades con más de un millón. Hoy hay 281, casi todas en los países mas pobres y sin educación, que si se “desarrollan” y consumen mas sería un infierno. Como observa Eduardo Galeano, en América Latina hay campos vacíos y varias de las mayores ciudades del mundo, y las más injustas (Me caí del mundo y no se como entrar, 2010).
Para peor de males, todas las iniciativas del Banco Internacional de Desarrollo, como la de “Ciudades Emergentes y Sostenibles”, terminan siendo a favor no tanto de su verdadero desarrollo sostenible, sino del gran negocio emergente de su obsolescencia programada. Y, para rematar, los Planes de Ordenamiento Territorial no obedecen a un diseño de ciudad sostenible, a una concepción urbana y por lo tanto arquitectónica, y no pasan de ser una normativa que se cambia según el interés de urbanizadores y constructores, escudándose en supuestos “expertos” que como dicen que dijo Frank Lloyd Wright, no pasan de personas que creen que lo saben todo y ya no piensan.