Por Héctor De los Ríos L.
Vida Nueva
Comenzamos una nueva etapa en nuestro caminar: el Tiempo del ADVIENTO (o de la “venida” del Señor). Nuestra mirada se hunde en el futuro, explorando como centinelas la venida del amoroso Señor que viene a nuestro encuentro.
¡Despertemos! “¡Velad!”, “¡Estad despiertos!” (Mt 24, 37-44), es la nota aguda del anuncio de Jesús en el evangelio del primer domingo de adviento. En nuestro mundo de hoy la palabra “vigilar”, “estar muy atentos”, es la palabra de orden, sobre todo después del 11 de septiembre y de otras catástrofes nacionales y mundiales.
Pero hay otra “vigilancia” que es sustancialmente diferente, que no es a la defensiva porque no parte del “terror”, del “miedo” o de la “amenaza”, sino de la dulce expectativa de quien espera la llegada imprevista del ser amado, aquél que llega para colmar nuestros deseos más profundos, aquél de quien nuestra vida necesita.
Esta es la “vigilancia” que nos enseña el evangelio y que durante este tiempo del ADVIENTO –que este próximo domingo comenzamos- vamos a ejercitar continuamente guiados por la santa Palabra.
Las “vigilias” eran –en el mundo romano- las tres partes en las cuales se dividía la noche. Así se le llamaba a los turnos de los centinelas y de los militares. De por sí significa pasar parte de la noche –o quizás la noche entera- levantados y en actitud de alerta frente a un eventual peligro o simplemente para atender al que llega.
La vigilancia era una actitud de oficio. Hoy no nos es difícil entenderla cuando vemos -por ejemplo- los turnos de trabajo nocturno de una enfermera, del personal asociado a la vigilancia de nuestros barrios o edificios. También hay otros casos que son por puro amor, como la vigilia de una madre angustiada por la llegada nocturna de su hijo que ha salido a una fiesta.
En la vigilancia se expresa el corazón. Se renuncia a sí mismo, se sale de sí mismo y es otro quien concentra nuestra atención. En la expectativa de la llegada se ejercita el amor. ¡Atención! Con la invitación a “no dormir” (justamente es en las fiestas de fin año cuando se duerme menos) se puede caer un equívoco: ¿Será que Jesús condena el sueño? No propiamente, porque como dice el Salmo 127,2 se dice que el Señor “colma a su amado mientras duerme” (otra traducción: “El Señor le dará a sus amigos el sueño”). El sueño es un maravilloso don de Dios.
Con razón el escritor francés Péguy se atrevía a hacer un elogio del sueño. El mal es el insomnio. Éste puede suceder por disturbios físicos, por preocupaciones o por condiciones ambientales adversas. Pero detrás del insomnio, como decía Péguy, está la inquietud, la ansiedad, la falta de confianza en Dios, el malestar con otros o con la propia vida. Cuánto daño puede producir el negarse el descanso.
Pero la “vigilancia” cristiana, que en principio significa “no dormir”, va paradójicamente en la dirección del verdadero reposo del corazón. Por eso la insistencia de la Palabra de Dios, en diversos textos del Nuevo Testamento, en acentuar los términos que acompañan el imperativo “Velad”: “Velad, estad atentos”, “Velad, estad preparados”, “Velad y orad”, “Velad y sed sobrios”.
Vayamos entonces más a fondo. La “vigilancia” es una manera diferente de posicionarse frente a la vida. Implica discernir lo que estamos viviendo, entrar en ese estado de reflexión lúcida procurando detectar aquello que nos quita la paz; es un retomar sobriamente los sueños dorados que nos hacen felices por poco tiempo pero que al final no descansan el corazón. Se logra entrando en diálogo limpio y honesto consigo mismo y con Dios.
Sólo así no nos cogerán de sorpresa los acontecimientos fundamentales en los que se juega el rumbo de nuestra historia personal, tendremos prontitud espiritual para reaccionar y decidir correctamente un proyecto de vida que sí da crecimiento pleno.
Un nuevo giro toma la vida cuando, mediante este ejercicio, logramos despertar de los incómodos sueños del pecado. Como nos dice san Pablo: “Es hora de levantarnos del sueño… Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias” (Romanos 13,11.13). Entonces estaremos en capacidad de “acoger”, se afinará nuestra receptividad, porque despojados interiormente de nuestro yo egoísta –del hacer girar todo en torno nuestro- seremos libres para “salir al encuentro” de Dios que viene a nosotros en sus muchas formas de presencia y darle espacio en nuestro corazón.
En cambio quien no tiene la vida en orden es como quien viaja en un autobús sin haber comprado el ticket. El que lo compra puede dormir tranquilo durante el viaje y sólo se despierta para exhibir con calma su ticket en el momento en que se hace el control. Pero quien no lo ha hecho, viaja en permanente zozobra, no puede dormir aguardando la hora de la vergüenza pública.
Por eso la “vigilancia” está estrechamente conectada con el “estar preparados”. Quien está preparado vive en paz con Dios, con todos y consigo mismo, con la lámpara de la fe encendida durante la noche.
El acontecimiento que no nos debe encontrar impreparados es el retorno de Cristo. Este es precisamente el tema del evangelio de este primer domingo de adviento. Leamos Mateo 24,37-44:–Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor… Un evangelio maravilloso sobre la venida del Señor. Vale la pena que lo exploremos siguiendo los tres pasos de la dinámica espiritual implicada en el texto:
(1) La venida de Cristo anunciada -(2) La venida de Cristo preparada – (3) La venida de Cristo deseada.