*Héctor de los Ríos
Descubrir la novedad del Mesías
¿Quién eres tú Jesús? ¿Quién eres tú Juan?
San Mateo 11, 2-11
“Id y contad a Juan lo que oís y veis”
Comencemos orando:
Señor, gracias por tu Palabra que me invita a tener los ojos abiertos
y los oídos atentos para reconocerte en todo lo que me sucede.
Ayúdame, Señor, para que con mi vida yo pueda decirles a mis amigos
Quién eres tú, no tanto por lo que sé, sino porque te he experimentado vivo y presente en mi camino. Amén. (Sor Clemencia Rojas)
Juan Bautista está en la cárcel. Hasta allí le llegan noticias sobre Jesús, pero resulta que las informaciones recibidas a primera vista no coinciden con el tipo de Mesías qué el esperaba. En el evangelio del domingo pasado vimos cuáles eran estas expectativas de Juan Bautista: un Mesías juez terrible, aunque también salvador. Efectivamente Juan había predicado que el Mesías, más fuerte que él, sería reconocido por su bautismo en “Espíritu Santo y fuego”, es decir que: Su bautismo tendría el carácter de juicio final. Los que hubiesen cambiado de vida recibirían el Espíritu Santo y los que no se enmendaran, como era el caso de los fariseos y saduceos, serían destruidos por el fuego.
Para ello Juan Bautista había utilizado las imágenes gráficas del “hacha” colocado en la raíz del árbol, calculando el golpe final, y del “labrador” que recoge el trigo y quema la paja. En otras palabras, esperaba un Mesías poderoso, como decía Isaías 40,10: “Ahí viene Yahvé con poder y su brazo lo sojuzga todo”.
Para sorpresa de Juan, el ministerio de Jesús venía soportando continuas contradicciones por parte de la clase dirigente; él estaba en la cárcel y, como iban las cosas, Jesús también está a punto de estarlo. A Jesús se le veía muy humilde, mientras que a los poderosos se les veía como siempre, todavía en sus puestos haciendo fechorías. El trigo no ha sido separado de la paja.
Por eso no es extraño que en el Bautista se suscite cierta crisis, casi a las puertas de “escandalizarse” de Jesús. Las acciones de Jesús no coinciden con el Mesías de fuego que había sido anunciado para terror de los indolentes. De ahí se levanta la duda de si Jesús es verdaderamente el Mesías prometido o si más bien no será otro el que vendrá para hacer el juicio.
Entonces Juan Bautista, reflexionando desde la cárcel sobre estos datos que no encajan, se atreve a expresar el interrogante que debía estar en la cabeza de mucha gente: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”.
Así comienza el pasaje del evangelio de Mateo que nos ocupa en esta tercera etapa del caminar del Adviento. A partir del “cara a cara” entre Jesús y Juan, que da pie para la serie de puntos que van a ser planteados, nuestro texto en el fondo nos empuja para responder la pregunta: ¿Quién es Jesús? ¿Qué idea tenemos del Mesías?
La respuesta debe basarse en las mismas palabras de Jesús y, si conseguimos entrar a fondo, debe también convertirse en motivo de gran alegría por su llegada.
La primera parte del pasaje consiste en una pregunta y una respuesta:
(1) Por iniciativa de su maestro, los discípulos de Juan le hacen una visita a Jesús. Los emisarios son portadores de una pregunta. (2) Jesús le responde haciendo un listado de sus obras e invitando a “no escandalizarse” de él.
“2Juan, que en la cárcel había oído hablar de las obras de Cristo, envió a sus discípulos a decirle: 3‘¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?’”
El contexto que lleva a entablar un diálogo a distancia entre Juan Bautista y Jesús, ya lo describimos.
“Había oído hablar de las obras de Cristo”. Estando en prisión, Juan Bautista escucha hablar de las acciones de Jesús. La idea, dentro del orden que va llevando el evangelio de Mateo, es que Juan sabe de la serie de diez milagros narrada en los capítulos 8 y 9, las cuales siempre causaron maravilla y fueron rápidamente divulgadas.
Las obras hablan de Jesús. De hecho al final de esta sección del evangelio, Jesús dirá: “La Sabiduría se ha acreditado por sus obras”. Las obras de Jesús, particularmente sus milagros, su entrada en el mundo del dolor (“sintió compasión… porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor”; permiten leer el rumbo que está tomando su misión. ¿Pero es aquí donde se manifiestan su poder y su fuerza superiores? ¿Dónde actúa como juez que separa decididamente el grano y la paja, y le asigna a cada uno una suerte distinta? Pero viene también la pregunta: el poder de Jesús ¿no debería demostrarse también en el liberar a Juan de la prisión?
Y de ahí: ¿Esto es todo lo que hace? ¿Jesús es realmente aquel de quien Juan ha anunciado la venida? ¿No debe venir otro, que corresponda mejor a las profecías, a las esperanzas, a las expectativas?
A partir de su situación personal y de su conocimiento de las acciones de Jesús, Juan formula la pregunta decisiva, que desde entonces continúa siendo repetida muchas veces: ¿Quién eres tú?, la cual está bien expresada en esta formulación: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”.
“4Jesús les respondió: ‘Id y contad a Juan lo que oís y veis: 5los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; 6¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!’”
Jesús toma la palabra. No da una respuesta clara y directa a los discípulos del Bautista que le fueron enviados –el “sí” o el “no” esperado– sino que toma otra ruta.
Su respuesta comienza con un doble imperativo: “Id y contad”. Los discípulos de Juan “enviados” se convierten nuevamente en “enviados”, pero esta vez de parte de Jesús. Ellos deben volver en calidad de testigos de Jesús: “¡contad!”.
Jesús los remite luego al punto de partida de la pregunta, “las obras del Cristo”, mediante la enumeración de seis obras (todas en parejas) que citan una y otra vez aspectos de la misión realizada: Curación de ciegos y cojos – Curación de leprosos y sordos – Resurrección de muertos y anuncio de la Buena Nueva a los pobres.
Por tanto la respuesta no es dada explícitamente sino que debe ser deducida de aquello de lo cual son testigos: lo que ven y oyen. Precisamente lo que ven y oyen alude al cumplimiento de las antiguas promesas del Antiguo Testamento:
· “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como ciervo, y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Isaías 35,5-6a).
· “Oirán aquel día los sordos palabras de un libro y desde la tiniebla y desde la oscuridad los ojos de los ciegos las verán, los pobres volverán a alegrarse en Yavhé” (Isaías 29,19-20).
Las “obras” de Jesús son leídas desde la Palabra de Dios, y viceversa, la Palabra de Dios se verifica en su cumplimiento en las obras de Jesús. Los emisarios de Juan puede ver en vivo y en directo la realización de la esperanza: “Decir a los de corazón intranquilo: ¡Ánimo, no temáis! Mirad que viene vuestro Dios, viene vengador; es la recompensa de Dios, él vendrá y os salvará” (Isaías 35,4). Dios ha venido y está salvando a su pueblo.
Después de haber respondido a la pregunta acerca de su persona, Jesús considera ahora la obra y la persona del Bautista: ¿quién es él? Para el evangelio de Mateo es importante mostrar que Jesús está en armonía con Juan Bautista, que –a pesar de la novedad del Mesianismo que sorprendió hasta al mismo precursor– hay una línea continua en la historia de la salvación: lo que viene con Jesús es inédito pero esto no desalienta la grandeza de Juan. Por eso se hace un esfuerzo por encuadrar adecuadamente la figura de Juan dentro de la novedad del Reino.
Tres elogios le lanza Jesús al Bautista.
7‘¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña agitada por el viento?
8¿Qué salisteis a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido?
¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes.
9Entonces ¿a qué salisteis? ¿A ver un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta”
Jesús plantea tres dobles preguntas haciendo girar todo en torno a la estereotipada frase “¿Qué salisteis a ver?”, recordando y enfatizando así el pasado episodio de la predicación en el “desierto” (ver el evangelio del domingo pasado).
Las respuestas, una por una, se caen de su peso. De Juan se exalta:
(1) Su comportamiento enérgico y su modo de vida sin pretensiones: él no se doblegó como una caña ante los poderosos (ver 14,3-12). Su postura fue firme, sin inclinarse según su conveniencia hacia los mejores vientos.
(2) No se presentó con los vestidos elegantes de un cortesano: su sencillez hablaba de su fidelidad al Dios del cual era portavoz. El no vestirse a la moda deja entender que si la gente lo busca no es propiamente porque esté sedienta de novedades.
(3) Fue reconocido por todos como un verdadero profeta.
Efectivamente Juan tenía ascendiente sobre el pueblo, fue un profeta con “credibilidad”. Tanto así que en este mismo evangelio se reporta que hasta las mismas autoridades judías llegan a decir: “Tenemos miedo a la gente, pues todos tienen a Juan por profeta” (21,26b). Incluso Jesús de nuevo destacará cómo la gente de mala reputación reconocía en él autoridad moral y en su llamado a la conversión la voz de Dios: “Vino Juan a vosotros por camino de justicia, y no creísteis en él, mientras que los publicanos y las prostitutas creyeron en él” (21,32).
Por tanto la respuesta mejor fundada es la de “Profeta”. Pero enseguida Jesús muestra que esto todavía no es todo: él es “más que un profeta”.
#9Sí, os digo, y más que un profeta. 10Este es de quien está escrito: «He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino»”
Este segundo elogio hace avanzar la comprensión habitual que se tiene de Juan. ¿Por qué Juan siendo un verdadero profeta es al mismo tiempo superior a todos?
Porque todos los profetas que le precedieron pertenecen al tiempo de la promesa, ellos anunciaron y vieron sólo de lejos su venida poderosa y portadora de gracia, como bien dice Jesús más adelante: “Todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron”.
A diferencia de Juan su vida y su misión ocurren en el tiempo del cumplimiento. Ningún otro de los profetas mesiánicos tuvo este privilegio. Este el “plus” de Juan.
Su venida, en cuanto nuevo Elías (ver 11,14), es el signo de que nos encontramos en el tiempo final. Juan tiene la honra de ver cumplida en su persona la profecía de Malaquías 3,1:
“He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino”
Cuando aparece Juan, es claro que la venida del Mesías ya es inminente. El hecho de ir “delante” hace que todos enseguida apunten su mirada hacia el momento culminante de la historia de la salvación: el Mesías que viene en “camino”.
Una coordenada geográfica, histórica y espiritual confluye: quien comprende quién es Juan en la historia de la salvación, comprende también la posición de Jesús en ella.
“En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él”.
La última frase de elogio es ambivalente. Ésta quiere decir que:
(1) Con relación a aquellos que han venido antes de él, Juan es “mayor” que todos (esto lo ha dicho el versículo anterior).
(2) Con relación a aquellos que pertenecen a Jesús y pueden experimentar en la comunión con él la cercanía del Reino de los cielos, él es “pequeño”.
La expresión “nacido de mujer”, típica manera de hablar de la Biblia para decir “hombre”, coloca a Juan como el más digno de destacar dentro de la estirpe humana. Mayor elogio no puede haber.
Sin embargo, de repente se nota en la frase de Jesús un giro que retoma el propósito fundamental de su discurso. Con su valoración de Juan Bautista Jesús está respondiendo de nuevo, indirectamente, a la pregunta inicial: “¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro?”.
A la luz de la grandeza de Juan, se capta con mayor profundidad la trascendencia y el significado único del tiempo y de la obra de Jesús.
· Porque si con Juan está cercano el cumplimiento, entonces con Jesús éste se realiza.
· Porque si Juan es el “mensajero” que prepara el camino, entonces con Jesús la venida preparada ya es un hecho, ha comenzado a establecerse el señorío de Dios.
Entonces la grandeza y la pequeñez de que habla Jesús no se refieren al grado de salvación ni al valor moral de la persona, sino al tiempo del advenimiento del cual ella participa. Por eso no hay que entender la frase final como si Juan estuviese siendo puesto de lado, ya que Jesús está hablando de dos tipos de grandeza y porque el Reino –en el cual se entra por el discipulado- trae condiciones de vida totalmente nuevas a las vigentes.
O sea que en la práctica es menos importante admirar a Juan que actuar de manera que se de el paso decisivo para gozar de las bendiciones del Reino.
En fin…
La última frase reposa con la mirada a los “pequeños” del Reino. En Mateo son los discípulos que, insertos en la novedad del Reino mediante el seguimiento, están creciendo en la vida de Jesús. Jesús dice expresamente “el más pequeño”, como quien dice “el más humilde” o el “principiante”.
Por el solo hecho de haber de haber pasado el umbral de los nuevos tiempos, el discípulo más sencillo del mundo puede considerarse afortunado (ver 13,16-17), ya que tiene el privilegio de saborear lo inédito de Dios revelado en la obra de Jesús: la maravillosa comunión con el “Dios-con-nosotros”, el redentor de los necesitados, el mediador del señorío de Dios, aquel inigualable a quien el Bautista le preparó el camino.