Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Es donde mas se conserva la tradición urbano-arquitectónica colonial, pues en Cali dio paso no a lo moderno sino a su imagen, y son únicas su capilla mudéjar y unas pocas casas, pues la codicia llevó a demolerlas para construir edificios. No es que sea bonito, pero su agradable ambiente se debe a una tipología que tiene siglos de ser el escenario de la cultura. Y ahora que toca vivir en las ciudades, se vuelve vital su ambiente.

Mas no se trata de volverlo "pintoresco", si no mejorar sus calles, mantener sus alturas y tradiciones, volver a su blanco tradicional, en lugar de buscar el contraste y la novedad. Ya se han mejorado mas viviendas con fachadas sencillas y blancas, y retomado los viejos paramentos, alterados por retrocesos y antejardines, como lo permite desde hace unos años la nueva reglamentación. Así, el barrio ha recuperado algo de la belleza que se ve en las fotos de Alberto Lenis de principios del siglo XX, mas al contrario de las calles desocupadas que muestran, las de ahora son cada vez mas animadas.

Pero hay los que no consideran a los demás ni respetan la reglamentación. Hacen terceros pisos prohibidos poniendo en riesgo los vecinos en caso de un temblor. Pintan sus casas con colores chillones. Ponen “su” música a todo volumen. Remodelan “sus” andenes, los ocupan para vender mercancías e incluso se han apropiado de algunos, obligando a caminar por las calzadas. O no ven que si convierten sus casas en locales, cuando la moda pase, como suele hacerlo, pronto quedarán abandonadas y amenazando ruina, y comenzará el deterioro, como pasó en la Avenida Sexta, Granada y el Parque del Perro.

En este barrio residencial (su vocación “turística” es mas inventada que real) poner mas restaurantes, sería un fracaso pues no hay donde estacionar, como ya se percataron los que trataron de huir de las interminables obras en Granada. Aparte de tiendas, algunos restaurantes y pequeños hoteles, y una que otra oficina,  lo que se necesita es una Autoridad que controlen el ruido, los usos del suelo y las alturas.

El reparto de mercancías debería ser con vehículos pequeños, hay que unificar las calles a un carril que permita circular y parar brevemente y sin bloquear los garajes. Y destinar el área sobrante a aumentar y regularizar sus estrechos andenes y, donde sea posible, arborizarlos y hacer estacionamientos. Y enterrar las redes de energía y teléfonos y poner la iluminación de las calles adosada a las casas, como en la Calle de la Escopeta.

San Antonio es patrimonio urbano arquitectónico de Cali, por lo que el Consejo Departamental de Patrimonio Cultural debe protegerlo. Y precisa de una corporación, como la Candelaria en Bogotá, que diseñe y gestione sus obras públicas, coordine las iniciativas privadas y autorice y controle las construcciones, cuyos proyectos se tendrían que exhibir públicamente para que los vecinos puedan opinar sobre ellos.

Como lo hicieron con éxito cuando la Cámara de Comercio quiso imponer un “parque del agua” destruyendo el único que tiene el sector, pero deben conocer la reglamentación vigente, para su beneficio, y  vigilar su cumplimiento. Cambiar sus usos sería arbitrario y hacerle el juego al negocio del suelo urbano vendiendo un supuesto desarrollo y modernización, lo que tanto ha dañado a Cali desde los Panamericanos de 1971.