Por: Benjamin Barney Caldas
Lograr un buen Alcalde y un buen Concejo depende en primera instancia de los ciudadanos que los elijen. Pedir que los candidatos sean honrados no basta, deben serlo también los electores mismos para poder exigirlo luego.
Por: Benjamin Barney Caldas
Lograr un buen Alcalde y un buen Concejo depende en primera instancia de los ciudadanos que los elijen. Pedir que los candidatos sean honrados no basta, deben serlo también los electores mismos para poder exigirlo luego. Y de nada sirve pedir que sean ejecutivos, si los votantes no están mínimamente informados para poder dilucidar si sus candidatos ganadores dieron la talla y pueden volver a votar por ellos. El problema pues, no es de malos candidatos sino de malos electores, que por ingenuidad, resquemores, complejos o creyéndose muy vivos se dejan embaucar con promesas que no solo no se cumplirán, si no que con frecuencia es mejor que así sea. ¿En dónde estaríamos si se hubieran materializado todas las estupideces que suelen proponer los candidatos con la tranquilidad de que saben que no van a cumplir?
En últimas los funcionarios públicos son buenos en la medida en que mejoren la calidad de vida de los ciudadanos, para lo cual precisan de un verdadero plan integral que por supuesto exige un mínimo conocimiento geográfico e histórico de las ciudades y sus habitantes.
No basta preguntarles demagógicamente cual es la ciudad que quisieran para recibir respuestas inmediatistas o inducidas por las noticias sin explicar de unos medios que deberían ser de comunicación social. Y un plan no pude ser para cuatro años ni se puede improvisar antes de unas elecciones. Tiene que recoger trabajos y personas que han meditado al respecto antes, y los alcaldes tienen que ser reelegibles para periodos inmediatos, como lo son actualmente los , y ser parte de un equipo, de un verdadero partido político.
Para principiar, una buena administración pública, debe velar por que los servicios de agua, alcantarillado, basuras, energía, comunicaciones, gestión pública, policía y transporte colectivo sean eficientes y económicos, para lo cual es importante que se ocupe de que sean adecuadamente usados, y de controlar que no se den abusos ni desperdicios. También debe propiciar que los ciudadanos puedan habitar, movilizarse, trabajar, comerciar, estudiar, recrearse y hacer deporte con seguridad, eficiencia y placer. Lo que implica que el diseño de la ciudad debe ser adecuado a su clima, paisajes y tradiciones urbanas arquitectónicas, y que los ciudadanos sepan cómo vivir bien en ella, considerando que son gentes con diferencias culturales, sociales y económicas, y que muchos han llegado recientemente de otras partes.
Como en las ciudades tenemos que vivir juntos, a diferencia del campo, para que la vida cotidiana sea tranquila, confortable, alegre, bella y significativa, se debe educar permanentemente a los ciudadanos. Que entiendan que el respetar a los demás conduce a ser respetado por los otros, que puedan hacer lo que quieran siempre y cuando no afecten a nadie más. Y desde luego es fundamental estimular eventos culturales que los agrupen identificándolos con su ciudad por encima de sus diferencias. Nuestra cultura es producto de una religión, una lengua y unas ciudades de origen europeo impuestas en América, pero el catolicismo cada vez representa menos a los colombianos, y en el caso de Cali insistimos, en terminar de acabar con su herencia colonial.
Afortunadamente nos queda la lengua para explicarlo.