Por Benjamín Barney Caldas 

Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle, y Profesor Titular (Jubilado) de la misma. Docente en la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, el Taller Internacional de Cartagena y la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá, e Isthmus Norte, en Chihuahua. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona.


Como acertada y oportunamente se dijo un Editorial de El País (07/04/2015) el cambio climático no es “ninguna broma” aludiendo a las palabras del gobernador de California, Estados Unidos, cuando lanzó una alerta para que no se tomen a la ligera los efectos del calentamiento global; “fue un llamado de atención a los incrédulos, que niegan su existencia pese a las evidencias y escapan de la realidad en lugar de actuar.”

La angustia del gobernador Jerry Brown no es gratuita. Su Estado vive la sequía más intensa, lo que lo ha llevado a expedir un decreto de emergencia que ordena reducir el consumo de agua en un 25%, castiga con multas a quienes malgasten el recurso y da instrucciones para remplazar 4,6 millones de metros cuadrados de jardines ornamentales por otros con plantas que necesiten menos riego. Como quien hace una premonición, asegura que “el tiempo que tenemos en California, hará estragos en otras partes del mundo”.

En el norte del continente el calor y la sequía generan perjuicios. En el sur, en el desierto chileno de Atacama, la historia es a la inversa. Los vendavales de hace unos meses, que se creían improbables en el que es considerado el lugar más seco del Planeta, han arrasado poblaciones enteras. El balance habla de 26 personas fallecidas, 120 desaparecidas, 29.741 damnificados y 2.071 casas destruidas por unas lluvias intensas, que nadie esperaba.

Ese clima loco es la evidencia de que sí se le ha ocasionado un daño ambiental a la Tierra. Los cambios extremos demuestran que sí existe el boquete que se le ha abierto a la capa de ozono por cuenta de los llamados gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono, y que por ese hueco se filtran de forma más directa los rayos ultravioleta del sol.

El calentamiento global es el que hace variar las temperaturas de los océanos, produce fenómenos como el de El Niño, incrementa el poder de huracanes y ciclones, hace llover en zonas desérticas y produce sequías en regiones húmedas, debido a la sobrepoblación, el consumismo, el uso de combustibles fósiles y el desperdicio de agua potable y energía,

 

De esa incoherencia climática no se salva ya ningún país. Colombia lo ha vivido en días pasados con las granizadas bogotanas que dejan moles de hielo hasta de un metro de altura y que desploman techos; Cali ha padecido las inundaciones por los fuertes aguaceros que en cuestión de minutos colapsan la ciudad. Y los ejemplos se repiten en ciudades, regiones y naciones diferentes.

La solución siempre es la misma: concretar las políticas internacionales y emprender las acciones gubernamentales que se requieren y que ya están planteadas, como la de reducir la emisión de gases contaminantes a cero antes de finalizar el siglo. O acabar con la deforestación de bosques en Colombia a la vuelta de 5 años con lo que el país conseguiría reducir en un 50% el dióxido de carbono que se genera por la tala de árboles.

Lo que se debe hacer ya se conoce. Son los esfuerzos globales y los actos individuales los que le ganarán la batalla al calentamiento global producido por la especie humana, que afecta a todos los seres vivos incluido el hombre, y que se debe librar para salvar al Planeta y a la población que lo habita. Lo primero es, en todo caso, dejar de creer que el cambio climático es una broma, ilusionándonos con volvernos ricos.