Vida Nueva

P. Héctor De los Rios L.

El Espíritu que une y reconcilia

Hechos 2,1-11: «Se llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar»
Salmo 104(103): «Envía tu Espíritu y renueva la faz de la tierra»
1Corintios 12,3b-7.12-13: «Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu»
San Juan 20,19-23: «Como el padre me envió, así también los envío Yo»
 

Nos reunimos para celebrar la Eucaristía en el Domingo de Pentecostés, el misterio del Espíritu Santo presente en la Iglesia y en nosotros. Durante todos estos domingos pasados hemos estado recordando y celebrando el gran triunfo de Cristo por su Resurrección. Ahora comenzamos a celebrar la misión de la Iglesia, estimulada y fortalecida por la acción del El relato de los Hechos de los Apóstoles sobre la venida del Espíritu Santo nos da muchas indicaciones para entender mejor el papel del Espíritu en la Iglesia y en la sociedad. Para comenzar, el Espíritu Santo es el que realiza la unidad y la fraternidad en el género humano.

Esto está simbolizado en el texto por los varios pueblos y lenguas que entendían la única lengua hablada por los Apóstoles.

San Pablo vuelve sobre la misma idea: el Espíritu Santo que une a los miembros de la Iglesia en un cuerpo. Pero por cuanto el Espíritu es en alto grado Espíritu de renovación y creatividad, el Cuerpo de la Iglesia no es uniforme, sino que sus miembros están llenos de diferentes vocaciones, gracias y cualidades. Esto es también don del Espíritu, que hace El Evangelio nos recuerda que la paz y el perdón -aun el perdón de los pecados por la Iglesia- son dones y efectos del Espíritu Santo. Son también una dimensión de la unidad y fraternidad en la Iglesia y en la sociedad. La paz proviene de una fraternidad sólida y bien establecida. La fraternidad proviene de la práctica de la justicia y la misericordia, que va más allá de la justicia. Cuando esta práctica es suficientemente estable, se arraigan la fraternidad y

a) Confirmación de los Apóstoles en la FE: antes eran simpatizantes, cercanos, dispuestos a seguirlo, pero no eran verdaderamente “creyentes”. Por eso el hecho de la muerte acabó con su entusiasmo y los dispersó, los encerró en el miedo (Jn. 20,19). Ahora, el Espíritu los hace «creyentes» y testigos.

b) Nacimiento de la Iglesia: antes eran «grupo» pero no verdadera «comunidad», y se dispersaron a partir del hecho de la muerte de Jesús: unos se quedaron en Jerusalén, pero encerrados (Jn. 20,19) y otros decidieron huir de Jerusalén (Lc.24, 13ss.). Ahora, el Espíritu los reúne, los congrega, por encima de las múltiples diferencias de raza, cultura, idioma, costumbres, y los convierte en «Comunidad» (Hch. 2, 4.7-12).c) Comienzo de la Misión: antes estaban «encerrados», con miedo…. Ahora el Espíritu los saca del encerramiento y los envía al mundo a proclamar el Evangelio (Jn. 20, 21-22).Algunas preguntas para pensar durante la semana

1. ¿Vivimos de acuerdo al Espíritu del Señor, según los frutos y dones que El nos

2. ¿Cómo actuamos en medio de una Iglesia una y diversa?.

3. Identifica en tu sociedad, tu familia y amistades, la obra del Espíritu Santo.