Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
En la parte mas alta de Miraflores, San Fernando y San Cayetano, confluyen siete calles generando sus siete esquinas, mas una peatonal o sea que son en realidad ocho, con lo que comienza su semejanza con Cali. Aquí nada se cuenta de verdad, comenzando por sus habitantes que son muchos mas de los que señala el censo que no cuenta como caleños a los que viven en Cali pero en zonas que corresponden a otros municipios. Y no es claro si Sietesquinas es producto de la ciudad espontánea en que se convirtió esta hace medio siglo, o de un L'Enfant local con nostalgia de Washington.
Todas las calles que llegan a Sietesquinas son calzadas angostas con andenes estrechos e irregulares o sin ellos, y la capacidad de sus calzadas es apenas de dos carriles, pero todas son de doble sentido y no hay espacio para siquiera una mínima glorieta y todas tienen demarcado un “pare”, mal ubicado además, y además la gente se estaciona a ambos lados incluso sobre los “pares”, y los taxistas lo hacen en medio del cruce, o simplemente se detiene en el para intercambiar chismes e información pues el sitio se ha convertido en para de taxis.
Como en cualquier cruce de caminos, en Sieteesquinas brotó el comercio, informal desde luego, o que se adueña de las calles, como un supermercado que se ha apropiado de media calle para descargar sus camiones. No hay espacio para estacionar y los vendedores callejeros por supuesto se “ubican” en las calzadas. Como en el Centro, en donde pretenden iluminar sus Monumentos pasando por alto que por la noche no se puede caminar por allí y ni siquiera pasar en carro pues las cierran “por seguridad” mientras que en Sietesquinas, como en tantas partes de Cali, la luz brilla por su ausencia.
Cruzar por Sietesquinas no deja de ser emociónate, siempre al borde de una estrellada, un frenazo o al menos un “madrazo” pues en Cali no existe la norma norteamericana de que el que llega primero tiene la vía, ni allí seria posible pues varias de las calles llegan de repente después de una pendiente subida, pero tampoco la europea de que la tiene el que llega por la derecha. Allí, como en Cali, la vía la tiene el mas atrevido; en los dos sentidos de la palabra: el atarván o el lanzado.
En consecuencia es imposible mirar los bellos paisajes que Sietesquinas tiene a todos lados. Como pasa en muchas partes de Cali donde los edificios tapan los cerros y la cordillera, o unos a otros las vistas desde el piedemonte al valle del río Cauca. Ni siquiera los pueden admirar los peatones pues varias de las calles no tienen andenes y se ven obligados a circular por las calzadas junto con los carros mirando como esquivarlos o para no caer en los huecos. Como en tantas partes de Cali ante la inexistencia de andenes adecuados.
Y la arquitectura anodina de Sietesquinas, que ignora normas, clima, relieve, contexto y paisajes, mas caleña no podría ser. Pero ha convertido ese sitio que debió ser bello en un lugar feo pero animado de verdad no como un “moll”. Un tema de estudio al que habría que llevar a los estudiantes de arquitectura y a muchos funcionarios para que lo conozcan, pues si casualmente han pasado por allí no lo habrán podido ver. Sietesquinas es Cali resumida, incluyendo una amplia zona verde a la que no se puede entrar pese a ser del Municipio; como es el caso de los antiguos ejidos de la ciudad.