El Jodario
Por Gustavo Alvarez Gardeazábal
José Obdulio Acevedo tenía una inolvidable casona en su finca de la cordillera occidental. La llamaba ‘La Graciela’, en honor a su mujer. Allí crió una numerosa familia, hasta que le dio por irse a la cordillera central y lo mataron en Barragán.
El menor de sus hijos, Hernando, estaba tocado por una genialidad que no entendíamos en Tuluá. Siempre montaba en bicicleta. Todavía dizque lo hace. Se casó con una de las García del barrio Victoria y se fue a vivir a Cali, al Edificio Venezolano, donde me lo topé alguna vez en mis campañas políticas.
Alguien me contó hace unos años que Lucía había muerto, pero nadie me dijo que habían tenido un hijo, César, que estudió en la Universidad del Valle Periodismo y se había vuelto cineasta.
Pero cuando vi la fotografía del compatriota recibiendo la Cámara de Oro del Festival de Cannes, bastó con juntar recuerdos y ver en esa cara sonriente la misma amable de su abuela y de muchas de sus tías que todavía alborotan cariñosamente el cotarro de mi tierra tulueña.
Cesar Acevedo ha llegado con su película a donde ningún otro colombiano había llegado. Lo que se ha ganado lo obtuvo en el festival de cine más importante del mundo y con una película crítica sobre la experiencia del campo valluno, sembrado de caña.
Como vallecaucano, me siento infinitamente orgulloso de tener un coterráneo tan exitoso, pero prefiero pensar en la cara de felicidad que podría estar haciendo misiá Graciela Londoño contemplando la reinvindicación que a su frustración campesina le ha hecho con honores su nieto.
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