El monarca de Anapoima, reina pero no gobierna, como en las monarquías constitucionales. El presidente realiza giras por el mundo buscando apoyos al proceso en La Habana (un jeque dice que apoya la paz de Colombia, el presidente de Costa Rica también, crecen los aliados del proceso). Mientras Néstor Humberto hace lo que antes de Santos hacían todos los presidentes: coordinar el gabinete ministerial. Pero a Néstor Humberto no le ha quedado fácil. Decía que hay ruedas sueltas, el ministro Cristo no le hace mucho caso, lo confronta. El Fiscal Montealegre dice una cosa y Humberto de la Calle dice otra, no son ministros, pero actúan como si lo fueran. En el Congreso los partidos no marchan al unísono: lidiar con las desunidas bancadas de la unidad nacional no es cosa fácil (por cierto, curioso que la bancada más dócil al gobierno liberal de Santos sea la del partido conservador).
El gobierno de Vargas Lleras sin duda es mucho más organizado, hay jefe. La única rueda suelta es el Ministerio de Hacienda, como se evidenció la semana antepasada. Los ministros de Vargas si hacen caso, no se estrellan entre ellos. Sus congresistas tampoco. Este gobierno no está haciendo la paz, por el contrario, se mantiene meticulosamente marginado de todo lo que tenga que ver con el proceso en La Habana. En cambio, inaugura carreteras y puentes contratados por el gobierno Uribe, pero al menos da la impresión de que ejecuta, interviene en las elecciones, pone y quita candidatos, en fin, parece que al menos uno de los dos gobiernos sí gobierna, así sea para su propia reelección.
Pero la diferencia fundamental entre uno y otro gobierno es que en el de Santos no hay “santismo”, – de hecho jamás lo ha habido- sino una nebulosa confusa de sectores con un único común denominador: la mermelada, y unos desencantados que creían en la paz. Mientras que en el de Vargas, lo que hay es varguismo, si por ello entendemos una pequeña pero cohesionada colección de sectores políticos armónicamente encaminados a elegir a Germán Vargas Presidente de la República.
Lo anterior por supuesto en nada conviene a los intereses del país. Si tenemos en cuenta el carácter tan poco representativo de un régimen que, aunque concentra en su seno todo el país político – la fragmentada “unidad nacional”- no pudo ni ha podido congregar al país nacional, ya que al menos la mitad de los colombianos votaron por Oscar Iván Zuluaga en las pasadas elecciones (Zuluaga, el mismo que ahora el Fiscal nombrado por Santos está persiguiendo en los estrados judiciales y que representa la mitad del país). El Fiscal jefe de debate para la reelección de Santos, aún no se sabe si trabaja para él, para una candidatura de las Farc, o quien sabe, si termine uniéndose a la reelección de Vargas.
El panorama es desolador. Un régimen de “unidad nacional” que no se encuentra legitimado por la mitad de la nación, a su vez fragmentado entre dos gobiernos, uno en el que mandan todos y no manda nadie y otro que camina rotundamente hacia su reelección, por encima de cualquier otra consideración. Y un Fiscal dedicado a perseguir la oposición con muy oscuros propósitos.
Lo de Colombia en estos días es más que sueño, pesadilla, con el agravante que es verdad