El Jodario
Por Gustavo Alvarez Gardeazabal
He asistido a los estrambóticos funerales de dos escritores que no podrán olvidárseme nunca. El de Manuel Mejía Vallejo en Medellín, hace muchos años, y el de Óscar Collazos el pasado sábado en la noche, en Cartagena.
A Mejía Vallejo, el novelista antioqueño de ‘El día señalado’ no le hicieron ceremonia religiosa. Lo oficiaron en el auditorio de la Biblioteca Piloto de Medellín y duró casi siete horas con cantos, poemas, tiples, bandolas, lecturas de sus novelas, discursos y claveles rojos a montones en las manos de una de sus mujeres de antaño llegada desde Jericó, vestida de gitana de luto.
El de Óscar Collazos fue rotundo. Se hizo, también sin ceremonia religiosa, en el patio arbóreo de la sede Española de la Plaza de Santodomingo. No había luces, apenas faroles de velas. No había llanto de dolor, solo lágrimas de emoción de la última viuda.
Pero hubo alabaos de su costa pacífica. Desfile ceremonioso afro al son de tambores, cantos y bailes de boleros, discursos y apoteosis total cuando al pie de la urna con las cenizas se representó un increíble ballet del Colegio del Cuerpo de Álvaro Restrepo. Volvieron los discursos, la lectura en tono canturriento de su inolvidable cuento de ‘La ballena varada’ y, para que nadie se fuera, casi a medianoche, retumbó la salsa y Jaime Abello bailando abrió la parranda alrededor del muerto.
Cuando yo muera, y el día cada vez está más cercano, que no me cremen ni me lleven a ninguna iglesia. Solo trasteen mi cadáver al Cementerio Libre de Circasia y que me entierren parado porque ni de muerto pienso doblar la cerviz.
@eljodario