P. Héctor De los Ríos L.

Vida Nueva

El dinamismo del Reino

Ezequiel 17, 22-24: «Todos los árboles silvestres sabrán que Yo soy el Señor»

Salmo 92(91): «Es bueno dar gracias al Señor»

2 Corintios 5,6-10: «Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo»

San Marcos 4,26-34: «El Reino de los cielos se parece a un grano de mostaza»

El pueblo de Israel soñó con el poderío, el prestigio y el dominio sobre los demás pueblos circundantes. Una de las imágenes con las que expresó sus aspiraciones es la del «árbol» (Ez. 17,22-24): el cedro opulento y frondoso, plantado en lo alto del monte, simboliza al pueblo de Israel. Pero Israel, que se fía más de sí mismo que de Dios, ve fracasadas estas sus aspiraciones triunfalistas. El árbol es decapitado y sus ramas tronchadas; el pueblo de Israel es deportado en tiempos del rey Joaquín; los últimos retoños y esperanzas de la dinastía davídica desaparecen.

Por eso, debe plantar un árbol nuevo en el monte Sion, tomando el brote más frágil y tierno del viejo árbol podrido: no parte de la pretendida grandeza del pueblo, sino de la pequeñez de los pobres, del «resto» humilde y fiel. Y este árbol pequeño llegará a dar frutos grandes de autenticidad.

Pablo se nos presenta aquí (2Co. 5,6-10) como un hombre fatigado, sin éxitos humanos, tentado de abandonar el campo de batalla (v. 4). Sería mucho más sencillo morir para dejar de sufrir y estar para siempre con Cristo. Pero esto, piensa el Apóstol, seria en parte un huir de la realidad. La verdadera tarea del creyente es vivir en la fe, continuar la lucha en la esperanza, esforzarse por agradar a Dios y no por alagar a los hombres. Lo contrario sería correr el riesgo de presentarse ante el Señor el día del juicio con las manos vacías.

Con estas dos parábolas del «campesino perseverante» y del «grano de mostaza», Jesús quiere justificar su actitud ante la humildad de medios que emplea, ante los fracasos aparentes, ante el dejar escapar la oportunidad de imponerse por el poder aplastando a los enemigos.

La primera parábola (Mc. 4,26-29) nos presenta a Dios como el agricultor que siembra con esmero (cfr. Mt. 13, 33 = «parábola del sembrador»), y espera pacientemente a que la semilla de frutos. A veces, los frutos aparentes son falsos. El verdadero fruto está escondido, se produce en aquéllos que habíamos despreciado como «malos». Dios actúa y juzga de una manera distinta a como lo hacemos los hombres.

La segunda parábola (Mc. 4,30-34), con profunda conexión con la imagen de Ezequiel, se refiere posiblemente a la pequeñez de los medios ("grano de mostaza") empleados por Jesús para cumplir su tarea mesiánica. Jesús no emplea medios grandiosos, pero en lo pequeño esta ya actuando lo maravilloso, y la apariencia no cuenta.

Algunas preguntas para meditar durante la semana:

1. Piensa en algunas experiencias en las cuales has sentido que esta vida no es nuestro hogar definitivo.

2. Piensa en experiencias en las cuales has sentido el Reino de Dios creciendo dentro de ti mismo.