Por Paloma Valencia Laserna
Senadora de la República
 
Los problemas de la negociación de la Habana son hoy evidentes; lo triste, es que eran previsibles. Si el gobierno no fuera soberbio y vanidoso, hubiera oído las voces críticas, y habría podido evitar el derramamiento de sangre, petróleo y frustración.

“Negociar en medio del conflicto”, dijeron, superaría el error de haberle cedido territorio, y tranquilidad a las Farc. Suponían que ésta táctica mantendría la presión de las fuerzas armadas sobre las ya debilitadas estructuras y no concedería ningún fortalecimiento militar del terrorismo. Avisamos entonces que no sería así.

Tener a los jefes disfrutando de las comodidades de la Habana permitía reagrupar el mando, planificar desde la tranquilidad y atacar con sistematicidad; como se ha hecho.

Tuvieron oportunidad para concertar mayores compras de armas, como los 7 contenedores de armas que llegaron a Cartagena –que por un acto de infinita ingenuidad o absurdo encubrimiento se dejaron seguir hacia la Habana. El General de Brigada que comanda las fronteras de Ecuador con Colombia, Fernando Proaño, dijo a los medios: “Desde que se inició el proceso de paz se ha incrementado el tráfico, hemos capturado una gran cantidad de munición y armamento; podemos determinar que ellos aprovecharon esta situación para fortalecerse”.

Se estableció la violencia como mecanismo de presión, como también se previno desde el inicio. Cada vez que las Farc pretenden algo del Gobierno incrementan la violencia. Convirtieron la negociación en un burdo proceso extorsivo: se negocia sobre la vida de los miembros de la fuerza pública, el miedo de la ciudadanía, el destrozo ambiental. Con el agravante de que el Marco Juridico para la Paz y las ya develadas intenciones del gobienro de no exigir cárcel, de antemano le dan impunidad a todas estas acciones.

Y como las Farc no tienen ya ni siquiera la amenaza de castigo, sus acciones siguen siendo brutales, feroces, y avanzan hacia lo monstruoso. Tiros de gracia a nuestros policías, minas atipersonales en escuelas, barriles de petroleo que se derraman ya no en atentados, sino por el simple gusto de dejarlos rodar y arrazar nuestro amazonas.

No hay líneas rojas; límites frente a lo que las Farc en su despiadada violencia pueden hacer. Dice Santos que hay dos. Sé del asesinato de alguien importante; la otra la desconozco. A fuerza de los acontecimientos conocemos que los Coroneles no son importantes, como no lo son soldados, ni policías que desde la tumba se preguntan ¿Presidente, ud no sabe quién soy yo?

Si la sanción no existe ¡Todo está permitido! Y para todos. Ya ningun delincuente teme la ley, ya nadie la respeta. Los índices muestran el hurto, el atraco, la extorsión tomandose nuestras ciudades.

Repiten “que nada está acordado, hasta que todo esté acordado” y sin embargo, avanzan las gabelas: se prohibe el glifosato para no dañar el negocio de las drogas, ya mejorado en este gobierno. Y pomposamente anuncian que el gobierno y las Farc quieren lo mismo para el campo. Igualaron el terrorismo con la fuerza pública, hasta desmotivarla.

En fin, la paz no llega, ni llegará; vamos por el camino equivocado.