Por Benjamín Barney Caldas
Arquitecto de la Universidad de los Andes con maestría en historia de la Universidad del Valle. Ha sido docente en Univalle y la San Buenaventura y la Javeriana de Cali, y continua siéndolo en el Taller Internacional de Cartagena, de los Andes, y en la Escuela de arquitectura y diseño, Isthmus, en Panamá. Miembro de la Sociedad Colombiana de Arquitectos, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali y la Fundación Salmona. Escribe en Caliescribe.com desde 2011.
Escribe Eduardo Punset que: “El propósito de la teoría científica no consiste en limitarse a observar la naturaleza, sino en facilitar las normas para manipular los objetos estudiados y el lenguaje necesario para controlar y transmitir los resultados.” (El viaje a la vida, 2014, p.95). Justamente por eso mismo es que la finalidad de analizar obras arquitectónicas visitándolas, sea el facilitar su entendimiento, como también, posteriormente, la composición de nuevas obras, para lo cual es definitivo usar un lenguaje preciso.
Lenguaje conciso que en últimas es el que acopian los diccionarios, que, como lo define el Diccionario de la lengua española, DRAE, precisamente, son libros, impresos o virtuales, en los que se recogen y explican de forma ordenada las voces de una o más lenguas, o los términos de una ciencia, una técnica, un arte, un oficio o una materia determinada, en este caso la arquitectura, la que por lo demás tiene que ver al mismo tiempo con todos esos temas y se debe hablar de ellos con el mismo rigor, y no con cómodas ambigüedades de moda.
Pero como bien dice Julio Cesar Londoño (El Barney’s Dictionary, El País, Cali 05/06/2013), los diccionarios aspiran a examinar todas las palabras del tema pertinente, y definir es muy difícil porque la definición tiene que ser tan amplia que quepan todos los elementos de una cierta clase, y tan estrecha que excluya los de clases semejantes. Mas la arquitectura, como piensa él, tiene la ventaja de que está a caballo entre la ciencia y el arte, lo que permite aspirar al rigor sin desmedro de la poesía. Hablar del arte con técnica y de la técnica con arte.
El lenguaje usado es inseparable del oficio de la arquitectura, y relativo a las técnicas, materiales y modo de usarlos y a las relaciones entre ellos en las obras, como dice Giorgio Grassi (Introducción al libro de H. Tessenow: Osservazioni elementari sul costruire, 1974). Pero la mayoría de las bellas palabras de los diccionarios de arquitectura, ya no se necesitan, y muchas de las que se usan ahora en el país no son precisas, o no son usadas correctamente, o son tomadas del inglés. Además algunos neologismos necesarios apenas están apenas en proceso de consolidación, o se necesitan algunas nuevas palabras.
De otro lado, los diccionarios especializados pertenecen a un campo determinado y proporcionan una breve información sobre el significado de sus términos esenciales. Y en el caso del AZ: Las palabras de la arquitectura, 2013, está organizado de dos maneras: según el proceso de proyectación siguiendo la famosa utilitas, firmitas y venustas de Vitruvio, pero agregando el emplazamiento y el método; y al final en el orden alfabético convencional. Son las palabras indispensables a una arquitectura para nuestras ciudades, topografías, climas, paisajes y tradiciones.
Como dijo Hemri Poincaré, “una palabra bien elegida puede economizar no solo cien palabras, sino cien pensamientos” (http://es.wikiquote.org). A lo que se puede agregar que evitar tomarlas del ingles ayuda a pensar en una arquitectura propia y para el trópico, frío, templado o caliente, y no la de moda en climas de estaciones. Londoño dice que es otra utopía, pero Eduardo Galeano las ve como metas en el horizonte que se alejan a medida que nos acercamos a ellas (Me caí del mundo y no se como entrar, 2010).